miércoles, 15 de octubre de 2025



EL REFLEJO DE UN SISTEMA EN CRISIS: EL FÚTBOL SALVADOREÑO Y SU ESPEJO SOCIAL

POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.

El fútbol, más allá de ser un deporte, es un espejo que refleja la realidad de una nación. Cuando observamos el desempeño de la selección nacional de El Salvador —la “Selecta”— en las eliminatorias rumbo al Mundial 2026, no estamos presenciando solo el resultado de un partido, sino la consecuencia visible de décadas de abandono, mediocridad institucional y corrupción enquistada en la estructura deportiva del país. Cuatro partidos jugados, tres derrotas y una sola victoria no son simples estadísticas: son síntomas de una enfermedad crónica que carcome los cimientos del fútbol salvadoreño.

LA MEDIOCRIDAD INSTITUCIONALIZADA

Durante años, el fútbol nacional ha sido secuestrado por dirigentes sin visión, por administradores improvisados que ven el balón no como símbolo de pasión popular, sino como una caja registradora. Los llamados “dirigentes deportivos” son, en muchos casos, burócratas disfrazados de amantes del deporte. No gestionan proyectos de formación, no impulsan ligas juveniles, no invierten en infraestructura ni en la profesionalización de los clubes. Se limitan a sobrevivir en sus puestos, amparados en el amiguismo y en la corrupción estructural que ha caracterizado a muchas instituciones del país.

La liga mayor, que debería ser el laboratorio del talento nacional, se ha convertido en un torneo rutinario, carente de exigencia técnica, sin procesos de desarrollo integral para jugadores ni cuerpos técnicos. No hay visión a largo plazo, ni políticas claras de scouting o preparación física moderna. En otras palabras, la mediocridad se ha naturalizado, y el fracaso se celebra con excusas.

LA FEDERACIÓN: ADORNO INSTITUCIONAL SIN PROYECTO

La Federación Salvadoreña de Fútbol (FESFUT) parece existir solo para figurar en los estatutos internacionales. No hay un proyecto deportivo integral, ni una estrategia que articule escuelas, ligas menores y la selección nacional. Su accionar es reactivo y superficial: cambia entrenadores, lanza comunicados, pero jamás enfrenta el problema de fondo.

El fútbol, como cualquier sistema social, requiere planificación, ética y visión. Pero cuando las sillas federativas se llenan con oportunistas sin conocimiento, el resultado no puede ser otro que la decadencia. No se puede esperar excelencia de una estructura podrida, ni victorias de una institución que solo busca sobrevivir en los titulares.

La ausencia de una federación sólida no solo afecta a la selección mayor, sino a toda una generación de jóvenes que, soñando con un futuro en el fútbol, se estrellan con la dura realidad de la improvisación, la falta de oportunidades y la desorganización. El talento no basta cuando las instituciones son enemigas del mérito.

LOS VERDADEROS CULPABLES: LOS QUE DIRIGEN, NO LOS QUE JUEGAN

Culpar a los jugadores o al cuerpo técnico es una forma de huir de la verdad. Los futbolistas son el producto final de un sistema que no forma, que no educa, que no orienta. Se les exige excelencia sin haberles dado herramientas; se les acusa de ineficiencia cuando el entorno mismo está diseñado para fracasar. Es como pedirle a un carpintero que construya una catedral con un cuchillo de cocina.

Los futbolistas, como los hijos de una familia desordenada, reflejan las carencias de sus padres: la falta de liderazgo, de disciplina, de planificación y de valores. En este caso, los “padres” del fútbol salvadoreño son dirigentes que nunca entendieron que el deporte es también una expresión cultural y moral de una nación.

 El desorden en la cancha es el reflejo del desorden institucional; la falta de goles es el eco de la falta de ética; la derrota, la consecuencia de la indiferencia.

EL PUEBLO, LA PASIÓN Y LA ESPERANZA

A pesar de todo, el pueblo salvadoreño sigue amando su selección. Cada derrota no apaga la esperanza de miles que llenan los estadios, que pintan sus rostros con los colores de la bandera y que, contra todo pronóstico, gritan con orgullo: “¡Vamos, Selecta!”. Ese amor incondicional es lo que mantiene viva la llama del fútbol nacional, aunque las instituciones se empeñen en apagarla.

Esa fidelidad, sin embargo, no debe confundirse con conformismo. Apoyar no significa aceptar la mediocridad, ni callar ante la corrupción. Amar la Selecta implica exigir transparencia, planificación y respeto por el talento nacional. El verdadero patriota no es el que aplaude ciegamente, sino el que señala con firmeza los errores y exige un cambio estructural.

UNA METÁFORA DEL PAÍS

El fútbol salvadoreño no está aislado de la realidad nacional; es su reflejo más evidente. Así como en el deporte se improvisa, en la política también se improvisa.

Así como se premia la lealtad por encima del mérito en los equipos, también se premia la sumisión en las instituciones públicas. Así como se normaliza el fracaso en los estadios, también se normaliza la corrupción en la sociedad.

El fútbol, como la educación, la justicia o la salud, requiere visión, ética y compromiso. Y mientras sigamos aceptando dirigentes mediocres en todos los niveles —desde la cancha hasta el Estado—, seguiremos cosechando los mismos resultados: frustración, resignación y atraso.

CONCLUSIÓN: DEL FRACASO A LA RECONSTRUCCIÓN

El fútbol salvadoreño necesita una refundación ética, técnica y cultural. No basta cambiar entrenadores ni convocar nuevos jugadores. Se necesita una revolución del pensamiento, un nuevo modelo de gestión basado en la meritocracia, la transparencia y la formación integral.

Urge crear academias, capacitar entrenadores, dignificar los salarios, exigir rendición de cuentas y erradicar los vicios históricos que han convertido al deporte nacional en un espejo de la decadencia.

Solo cuando se entienda que el fútbol no es una empresa, sino una escuela de valores, El Salvador podrá volver a soñar con un Mundial. Porque al final, los goles que más necesitamos no son los que se anotan en la cancha, sino los que se marcan en la conciencia colectiva: los goles de la honestidad, la disciplina y la esperanza.

 

 

SAN SALVADOR, 15 DE OCTUBRE DE 2025

 

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