LA INCOHERENCIA ENTRE EL PÚLPITO Y LA PLAZA PÚBLICA
POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.
Resulta profundamente preocupante observar cómo ciertos
representantes de la Iglesia, que deberían ser portadores de paz, prudencia y
sabiduría espiritual, se convierten en voceros del resentimiento político y la
desinformación. Las recientes declaraciones del llamado padre “Chopin”, quien
acusó al gobierno del presidente Nayib Bukele de encaminar al país hacia una
“dictadura” y calificó a los diputados de la Asamblea Legislativa como
“parásitos” y “puya botones”, constituyen un ejemplo de irresponsabilidad
moral, pastoral y cívica.
Un sacerdote, por vocación, está llamado a construir
puentes, no a levantar muros. Su misión es inspirar al pueblo hacia la unidad,
la justicia y la fe, no avivar las divisiones políticas ni convertirse en
instrumento de la propaganda ideológica. Cuando un líder religioso se arroga el
papel de analista político sin fundamento, utilizando un lenguaje cargado de
desprecio, está traicionando no solo su ministerio, sino también el espíritu
del Evangelio que predica. Cristo nunca llamó “parásitos” a sus adversarios;
los confrontó con amor, sabiduría y verdad. El insulto no es método de profeta,
sino herramienta del demagogo.
LA PÉRDIDA DEL RUMBO MORAL Y LA POLITIZACIÓN DEL PÚLPITO
No es casual que este tipo de discursos surjan
precisamente cuando El Salvador atraviesa uno de sus momentos más firmes en
materia de seguridad, desarrollo y esperanza social. En vez de reconocer los
avances concretos —la reducción drástica de homicidios, la recuperación de la
confianza ciudadana, la lucha frontal contra la corrupción y la impunidad—,
ciertos sectores del clero optan por reproducir la narrativa del pasado,
alineándose con quienes perdieron privilegios y espacios de poder.
El padre “Chopin” nunca alzó la voz cuando los gobiernos
de ARENA y el FMLN hundieron al país en la miseria, la violencia y el saqueo.
Durante décadas de corrupción sistemática, desigualdad y sangre derramada, el
silencio de muchos líderes religiosos fue ensordecedor. Pero hoy, cuando un
gobierno elegido democráticamente busca limpiar el país de los vicios
heredados, surgen voces clericales pretendiendo erigirse en guardianes de la
democracia.
¿Dónde estaban esos guardianes cuando miles de
salvadoreños huían del país, cuando los jóvenes morían cada día a manos de las
pandillas o cuando la política era un mercado de favores y sobresueldos?
EL DEBER DE COHERENCIA Y LA RESPONSABILIDAD PÚBLICA
Ser sacerdote implica una enorme responsabilidad pública.
La sotana no debe usarse como escudo para lanzar ataques políticos ni como
tribuna de oposición. Cuando un cura utiliza los medios de comunicación para
sembrar desconfianza, difundir juicios sin evidencia o insultar a funcionarios
electos, cruza una línea ética peligrosa: la del abuso del púlpito. No se trata
de callar las injusticias —eso sería cobardía—, sino de discernir cuándo una
crítica es profética y cuándo es simplemente una manifestación de odio disfrazado
de “preocupación moral”.
El pueblo salvadoreño, que ha sufrido por décadas la
manipulación política de religiosos y políticos por igual, merece pastores
auténticos, no agitadores disfrazados de moralistas. La Iglesia, si quiere
recuperar credibilidad, debe limpiar su propia casa, desmarcarse de los
intereses partidarios y volver a su esencia: acompañar al pueblo desde la
verdad, no desde la intriga.
REFLEXIÓN FINAL
El caso del padre “Chopin” no debe verse como un hecho
aislado, sino como un síntoma de una Iglesia que, en algunos sectores, ha
perdido la brújula espiritual. La fe no puede ser instrumento de confrontación
ni de campaña electoral. Cuando un sacerdote se transforma en activista
político, su palabra deja de tener valor moral y se convierte en ruido.
La sociedad salvadoreña necesita líderes espirituales
comprometidos con la verdad, no con la politiquería. Si el padre “Chopin”
siente que su lugar está en el debate político, quizá debería dejar los hábitos
y asumir abiertamente su militancia. Pero mientras vista el hábito de
sacerdote, debería recordar que su deber no es dividir, sino reconciliar; no es
insultar, sino orientar; no es odiar, sino amar.
En un país que por fin empieza a levantarse del lodazal
histórico dejado por los corruptos de siempre, lo último que necesita el pueblo
es un sacerdote que desde el púlpito se convierta en eco de los derrotados del
pasado.
SAN SALVADOR, 14 DE OCTUBRE DE 2025
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