“EL SALVADOR UTÓPICO: EL SUEÑO QUE DECIDIÓ CAMINAR”
POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos han mirado
al horizonte buscando algo más allá de lo visible. Ese anhelo constante de
mejorar el mundo, de construir una sociedad más justa y humana, se llama
utopía. En palabras de Eduardo Galeano (1998), “la utopía está en el horizonte.
Camino dos pasos; ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos, y el horizonte se
corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso sirve:
para caminar”. Esta reflexión, tan sencilla como profunda, nos invita a
comprender que la utopía no es una meta imposible, sino una brújula ética y
social que nos impulsa a no detenernos.
En el contexto salvadoreño, hablar de utopía no es un
ejercicio de ingenuidad, sino de resistencia y esperanza. Durante décadas, El
Salvador ha soportado las heridas de la desigualdad, la corrupción política, la
violencia estructural y la desesperanza colectiva. Sin embargo, en los últimos
años, bajo el liderazgo del presidente Nayib Bukele, el país ha iniciado un
proceso de transformación sin precedentes que ha reactivado el espíritu de
cambio y la confianza en el futuro. Muchos lo califican de utópico, pero
precisamente en ese calificativo reside su grandeza: la utopía es la semilla de
toda transformación real.
El propósito de este ensayo es analizar el valor de la utopía como motor del progreso humano y social, aplicándola al caso concreto de El Salvador contemporáneo. A través de una mirada crítica, se defenderá la necesidad de mantener viva la esperanza, la visión y la fe en la transformación nacional, frente a los detractores del cambio que aún viven anclados en paradigmas del pasado.
1. LA UTOPÍA: ENTRE EL SUEÑO Y LA ACCIÓN
La palabra “utopía” proviene del griego ou-topos, que
significa “no lugar”, un término acuñado por Tomás Moro en su obra Utopía
(1516). Sin embargo, su significado ha evolucionado a lo largo del tiempo. Para
muchos pensadores, la utopía no representa un lugar inexistente, sino una
dirección moral, una visión que orienta la praxis humana hacia un mundo mejor.
Como afirma Bloch (1959), “el hombre es un ser que aún no ha terminado de ser”,
lo que implica que siempre está en proceso de convertirse en algo más elevado.
Por tanto, ser utópico no significa ser irrealista;
significa atreverse a imaginar lo posible cuando otros se conforman con lo
dado. En un mundo dominado por el pragmatismo y el escepticismo, la utopía
actúa como una rebelión contra el conformismo. Sin ella, las sociedades se
estancan, los pueblos pierden sentido y los individuos renuncian a sus sueños.
La utopía, en cambio, mantiene vivo el fuego del cambio.
2. UTOPÍA Y PROGRESO: LA HISTORIA COMO EVIDENCIA
Toda gran transformación de la humanidad nació de un
pensamiento utópico. Los abolicionistas soñaron con un mundo sin esclavitud;
los educadores progresistas imaginaron una escuela pública, laica y
emancipadora; los científicos visualizan descubrimientos que aún no existen. La
historia demuestra que lo que ayer fue utopía, hoy es realidad.
El filósofo Ernst Bloch (1959) lo expresó magistralmente
en su obra El principio esperanza: “La utopía concreta es aquella que impulsa
la historia hacia adelante, porque imagina lo que todavía no es, pero podría
llegar a ser”. Esa capacidad de imaginar es la que diferencia a los pueblos que
avanzan de los que se resignan.
En el caso de El Salvador, soñar con un país sin
violencia, con instituciones justas y una economía inclusiva parecía, hace
algunos años, una ilusión lejana. Sin embargo, la utopía de la seguridad, la
modernización y la dignidad ciudadana comenzó a materializarse cuando el
liderazgo político y la voluntad popular coincidieron en un mismo horizonte de
transformación.
3. EL SALVADOR Y SU DESPERTAR HISTÓRICO
Durante más de tres décadas, El Salvador estuvo atrapado
en un ciclo de corrupción, desigualdad y desencanto. Los gobiernos de turno
repitieron promesas vacías, mientras la pobreza y la violencia devoraban las
esperanzas del pueblo. Esa vieja política —representada por los partidos
tradicionales— despojó a la ciudadanía de su fe en el cambio.
Pero la historia dio un giro. El surgimiento de un nuevo
liderazgo político rompió el círculo vicioso del pasado. La gestión del
presidente Nayib Bukele ha despertado un sentido de pertenencia y confianza que
parecía perdido. Las calles antes dominadas por el miedo hoy son transitadas
por familias; las comunidades abandonadas por décadas empiezan a ser
reconstruidas; la juventud, antes sin rumbo, comienza a creer que el futuro
está en su propio país.
Estos cambios no son fruto del azar, sino de una visión
utópica puesta en marcha con voluntad política. Creer que El Salvador podía
transformarse fue el primer paso; hacerlo realidad, el segundo. Como señala
Galeano (1998), “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas
pequeñas, puede cambiar el mundo”. Esa es la utopía hecha acción.
4. LOS DETRACTORES DEL CAMBIO Y EL MIEDO AL PROGRESO
Todo proceso de transformación despierta resistencia. Los
detractores del cambio, aquellos que se beneficiaron del viejo orden, recurren
al cinismo, la manipulación y el descrédito. Llaman “populismo” a lo que el
pueblo llama “dignidad”; califican de “dictadura” lo que en realidad es el
orden recuperado. Detrás de su discurso se esconde el miedo: miedo a perder
privilegios, miedo a que la verdad los desenmascare, miedo a que la historia
avance sin ellos.
Pero el pueblo salvadoreño ha aprendido a distinguir
entre el ruido y la razón. Ya no se deja engañar por las viejas narrativas.
Sabe que el cambio no es perfecto, pero es real. La utopía que guía hoy al país
no promete un paraíso inmediato, sino un camino de construcción colectiva,
donde la justicia, la educación, la seguridad y la ética vuelvan a ser pilares
de la vida nacional.
5. LA UTOPÍA COMO CONCIENCIA Y MOVIMIENTO
La utopía cumple una doble función: despertar la
conciencia y mantener el movimiento. Sin conciencia crítica, el pueblo se
vuelve pasivo; sin movimiento, la conciencia se estanca. De ahí que la utopía
no sea un destino, sino un proceso permanente de mejora. Cada escuela
reconstruida, cada joven que elige estudiar, cada ciudadano que respeta la ley,
cada maestro que enseña con ética, representa un paso hacia ese horizonte.
La utopía salvadoreña actual no es la de un sueño
romántico, sino la de un proyecto nacional en marcha. El cambio no se trata
solo de infraestructura o tecnología, sino de renovar la mentalidad colectiva,
de pasar del “no se puede” al “sí podemos”. Ese es el verdadero renacimiento
del país.
6. EDUCACIÓN Y VALORES: LA BASE DEL SUEÑO POSIBLE
Ninguna utopía puede sostenerse sin educación. Paulo
Freire (1970) afirmaba que “la educación no cambia el mundo, cambia a las
personas que van a cambiar el mundo”. En El Salvador, la educación debe ser el
pilar del nuevo horizonte: una educación que enseñe a pensar, a cuestionar, a
crear y a soñar; una educación liberadora, ética y humanista.
Educar en valores —honestidad, solidaridad, respeto,
trabajo y amor por la patria— es la manera más concreta de hacer posible la
utopía. Cuando un pueblo aprende a valorar el conocimiento más que la
demagogia, la ética más que la corrupción, la cooperación más que el egoísmo,
entonces el futuro se convierte en presente.
CONCLUSIÓN
La utopía no es una fantasía ni una locura. Es el motor
del progreso, la fuerza invisible que mantiene viva la esperanza y la acción.
En El Salvador, esta utopía se traduce en un proceso histórico tangible: la
reconstrucción del país desde sus cimientos morales, sociales y políticos. Los
detractores seguirán diciendo que es imposible, pero quienes aman de verdad a
su nación saben que el cambio apenas comienza.
El Salvador avanza no porque todo esté resuelto, sino
porque por primera vez el pueblo camina con dirección y propósito. La utopía de
un país digno, seguro y justo no es un espejismo: es una meta en construcción
diaria, con el esfuerzo de todos.
REFLEXIÓN FINAL
Soñar con un El Salvador mejor no es una locura: es un
acto de amor. Los que no creen en la utopía se quedan atrapados en el pasado;
los que la abrazan, caminan hacia el futuro. Por eso, como decía Galeano
(1998), la utopía nos sirve para caminar, para no detenernos, para seguir
creyendo en lo que aún no es, pero puede llegar a ser.
La nueva generación de salvadoreños debe entender que
soñar no es evadir la realidad, sino transformarla. La utopía nos enseña que el
verdadero fracaso no es no alcanzar el horizonte, sino dejar de caminar hacia
él. Y hoy, más que nunca, El Salvador camina.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
1.
Bloch, E.
(1959). El principio esperanza. Editorial Trotta.
2.
Freire, P.
(1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.
3.
Galeano, E.
(1998). El libro de los abrazos. Siglo XXI Editores.
4.
Moro, T.
(1516). Utopía. Londres: Penguin Classics.
SAN SALVADOR, 14 DE OCTUBRE DE 2025
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