ENSEÑAR: EL ARTE DE CONFIGURAR CEREBROS, CORAZONES Y CONCIENCIAS
POR: MSc. JOSÉ ISRAEL
VENTURA
INTRODUCCIÓN
A lo largo de los
siglos, el ser humano ha repetido la palabra enseñar con aparente familiaridad,
pero con escasa profundidad. Se usa en escuelas, discursos y políticas, aunque
pocos comprenden su verdadero significado. Enseñar no es transferir información
ni preparar para aprobar exámenes, sino transformar vidas, formar conciencia,
carácter y sensibilidad moral.
En su raíz latina,
insignare significa “marcar” o “dejar huella”. Enseñar, entonces, es dejar una
marca en otro ser humano; una marca que puede construir o destruir, liberar o
someter. Por ello, enseñar no es un acto neutral, sino un acto ético, político
y espiritual, donde se configura el cerebro, el corazón y la conciencia de
quien aprende. En tiempos en que la educación se ha vuelto técnica y burocrática,
urge rescatar su sentido humanista: enseñar como acto de amor, diálogo y
emancipación.
1. ENSEÑAR NO ES
TRANSMITIR, ES TRANSFORMAR
La enseñanza auténtica
no consiste en llenar mentes de datos, sino en encender la chispa del
pensamiento crítico. Paulo Freire lo expresó con claridad: “Enseñar no es
transferir conocimiento, sino crear las condiciones para su propia producción.”
El docente que enseña con conciencia deja de
ser un repetidor de programas y se convierte en un facilitador del descubrimiento,
un guía que inspira autonomía.
El aprendizaje ocurre
cuando hay vínculo emocional. Las investigaciones neuroeducativas (Mora, 2013)
demuestran que el cerebro aprende mejor cuando está motivado y seguro. Por
tanto, enseñar con miedo es violencia neurológica, mientras que enseñar con
amor es un acto de desarrollo cerebral. La verdadera enseñanza integra razón y
emoción, ciencia y ética, conocimiento y afecto.
2. EL HOGAR Y LA
ESCUELA: LOS PRIMEROS LABORATORIOS DE LA HUMANIDAD
Antes de que el niño entre
a la escuela, ya ha aprendido en casa. El hogar es la primera escuela
emocional, donde el ejemplo de los padres moldea el carácter y el cerebro del
hijo. Cada palabra, cada gesto, deja huellas neurológicas duraderas. Como
afirmaba Ortega y Gasset, “La familia es el ámbito donde el ser humano aprende
a ser persona”.
La escuela, por su
parte, debe ser el taller del pensamiento y la conciencia cívica, no una
fábrica de obediencia. Su misión es formar seres humanos críticos, empáticos y
creativos, no simples repetidores de contenidos. Un aula donde se aprende a
dudar, dialogar y convivir es un laboratorio de libertad. El maestro se
convierte así en arquitecto moral, constructor de ciudadanía y guardián del
pensamiento libre.
En el siglo XXI, 3. LOS
MEDIOS: NUEVOS EDUCADORES SIN CONCIENCIA
Los medios y las redes
sociales compiten con la familia y la escuela en la formación de valores. Sin
embargo, gran parte de sus mensajes no educan, sino manipulan. Promueven
consumo, superficialidad y vanidad. Neil Postman advirtió que vivimos en una
cultura donde la educación se convierte en entretenimiento, y el entretenimiento
en norma cultural.
Frente a ello, enseñar
hoy implica formar una conciencia mediática, enseñar a pensar antes de creer, a
distinguir información de manipulación. La tarea del maestro y de la familia es
enseñar a mirar detrás de la pantalla, a recuperar la atención, la empatía y el
pensamiento profundo.
4. ENSEÑAR DESDE LA
NEUROCIENCIA Y LA ÉTICA
La neurociencia confirma
que enseñar cambia físicamente el cerebro del estudiante: cada experiencia
educativa crea o refuerza conexiones neuronales. Por eso, quien enseña está
cableando cerebros y moldeando conciencias. El aprendizaje significativo solo
ocurre si hay emoción, curiosidad y sentido. Un entorno hostil genera cortisol
y bloquea la memoria; un entorno afectivo estimula la plasticidad cerebral y el
pensamiento crítico.
De ahí que enseñar sea
una tarea sagrada: tocar el cerebro y el alma del otro con la ternura de la
palabra y la fuerza del ejemplo. La educación del futuro debe unir ética y
neurociencia: no basta con saber enseñar, hay que saber qué tipo de cerebro y
de sociedad se está formando.
5. EL MAESTRO: CORAZÓN Y
CONCIENCIA DE LA NACIÓN
El maestro auténtico
enseña con la cabeza, pero sobre todo con el corazón. Es guía, espejo moral y
sembrador de esperanza. Su coherencia entre palabra y acción inspira respeto y
transformación. Cuando un maestro enseña con amor, moldea cerebros empáticos; cuando
enseña con indiferencia, genera apatía.
Una sociedad que
desprecia a sus maestros se condena a la decadencia moral. Porque sin
educadores conscientes no hay ciudadanía libre. El docente no solo forma
profesionales, sino personas éticas. En un mundo líquido (Bauman, 2007), su
tarea es ofrecer raíces éticas y sentido en medio de la confusión.
CONCLUSIÓN
Enseñar es, en esencia,
crear humanidad. Es participar en el milagro de la evolución moral del ser
humano. No se trata de transmitir datos, sino de encender conciencias. Cada
maestro, padre o comunicador tiene el poder de moldear el futuro con su
ejemplo.
Recuperar el sentido de
enseñar es recuperar el alma de la educación. Es recordar que enseñar es un
acto de amor, libertad y esperanza. Y que, en cada gesto educativo, se decide
el destino de una nación. Porque el futuro no se escribe en los palacios, sino
en las aulas, los hogares y los corazones donde se enseña.
SAN SALVADOR, 5 DE
OCTUBRE DE 2025
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