lunes, 29 de septiembre de 2025

 

“CAFREDRÁTICOS Y ATRASO UNIVERSITARIO: ENTRE LA ARROGANCIA Y LA URGENCIA DE CAMBIO”

POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.

INTRODUCCIÓN

Hablar de la Universidad de El Salvador (UES) implica hablar de una institución histórica, profundamente ligada a las luchas sociales, políticas y culturales del país. Como universidad pública, su misión ha sido abrir las puertas del conocimiento a los hijos e hijas del pueblo, muchos de ellos provenientes de hogares humildes, marcados por la desigualdad y la exclusión. Sin embargo, esa misión liberadora y transformadora ha quedado, en demasiadas ocasiones, atrapada en una contradicción: mientras se proclama como espacio de ciencia, crítica y democracia, dentro de sus aulas se reproducen prácticas autoritarias, soberbias y profundamente atrasadas.

Uno de los problemas más graves que aquejan a la UES en pleno siglo XXI es el atraso académico, científico y cultural. A pesar de los avances tecnológicos y de las reformas educativas que han transformado las universidades en otras latitudes, en El Salvador persiste una visión rígida, memorística y punitiva de la enseñanza superior. Este atraso no se debe únicamente a la falta de recursos materiales o a la carencia de infraestructura moderna, sino también —y sobre todo— a la actitud de muchos de sus docentes. Se trata de aquellos que, en lugar de asumir la docencia como una vocación de servicio, la convierten en un espacio de soberbia, intimidación y abuso de poder.

En este contexto aparece la figura del “cafredrático”, término que recoge el espíritu de quienes se sienten depositarios únicos del saber, dueños de la verdad absoluta, y que disfrutan humillando a los estudiantes con frases como: “a mí no me pasa nadie”, “esta materia es para pocos” o “si no tiene dinero, mejor no estudie”

Estas expresiones no son simples anécdotas: constituyen un mecanismo de poder que refuerza la desigualdad, genera bloqueos emocionales en los estudiantes y convierte la universidad en un espacio hostil en lugar de un hogar de aprendizaje y diálogo.

El problema de fondo radica en que estos docentes confunden la evaluación con el castigo, la enseñanza con la humillación, y la autoridad con el autoritarismo. Tal actitud contradice los principios básicos de la pedagogía, la didáctica y el humanismo, vaciando de sentido el verdadero rol del educador. Un docente universitario no debería ser un obstáculo, sino un mediador del conocimiento, un guía que inspira, motiva y forma no sólo profesionales competentes, sino también ciudadanos críticos, éticos y comprometidos con la transformación de la sociedad.

La crítica a los “cafredráticos” no pretende generalizar ni desacreditar a todos los docentes universitarios. Existen, por supuesto, profesores comprometidos, que se esfuerzan día a día por orientar con paciencia, ética y profesionalismo a sus estudiantes. Son ellos quienes encarnan la verdadera misión universitaria: formar seres humanos íntegros, amantes del saber y capaces de aportar a su país con honestidad y dignidad. Pero, como veremos a lo largo de este ensayo, son los menos visibles, eclipsados por aquellos que se autoproclaman guardianes del conocimiento y que han hecho de la soberbia su sello.

Este ensayo busca, por tanto, desnudar las prácticas autoritarias que aún persisten en la Universidad de El Salvador, analizar las raíces de este atraso cultural y académico, y plantear la urgente necesidad de construir una universidad diferente: abierta al diálogo, a la ciencia y al debate crítico, donde el docente deje de ser juez y se convierta en facilitador, acompañante y constructor de sueños.

Porque, como señalaba Paulo Freire (1997), “enseñar exige respeto a la autonomía del ser del educando” (p. 67). Una universidad que humilla, intimida y reprueba por soberbia no cumple con su misión social ni con su responsabilidad histórica.

2. EL MITO DEL DOCENTE COMO DEPOSITARIO ÚNICO DEL SABER

En la tradición universitaria salvadoreña, se ha cultivado durante décadas una figura casi mítica: el docente que se considera a sí mismo el único depositario del conocimiento. Este “cafredrático”, como atinadamente lo denomina Ventura asume que su rol no es educar ni guiar, sino controlar, intimidar y marcar la distancia jerárquica entre quien “sabe” y quien “ignora”. Este mito se sostiene en una visión autoritaria de la educación, heredada de tiempos coloniales y reforzada por un sistema educativo que ha privilegiado la memorización sobre el pensamiento crítico.

El poder de la palabra intimidatoria

Las frases que se escuchan al inicio de muchos cursos universitarios son ilustrativas: “a mí no me pasa nadie”, “el que me pasa es porque sabe”, “esta materia es para pocos” o “si no tiene dinero, no estudie esta carrera”

LOS CAFREDRATICOS

 Estas expresiones no son simples advertencias: son dispositivos de poder. Al pronunciarlas, el docente envía un mensaje claro al estudiante: “yo soy el filtro, yo decido tu futuro, yo soy el saber”. No se trata de incentivar el esfuerzo, sino de instaurar el miedo como estrategia pedagógica.

El problema es que el miedo no educa; paraliza. En lugar de motivar, inhibe. En lugar de abrir puertas, las cierra. Como advierte Freire (2005), “nadie educa a nadie, nadie se educa a sí mismo, los hombres se educan entre sí mediatizados por el mundo” (p. 72). El conocimiento no puede ser una propiedad privada del profesor, sino un proceso de construcción colectiva. El mito del docente omnisciente rompe esta dinámica y convierte el aula en un espacio de sumisión. 

Consecuencias en el aprendizaje

El impacto de esta actitud es devastador. Muchos estudiantes, especialmente aquellos que provienen de hogares con dificultades económicas o sociales, terminan creyendo que no tienen capacidad para aprender. La intimidación se convierte en trauma, y lo que debería ser una oportunidad de superación se transforma en frustración. Así, la universidad —que debería democratizar el saber— se convierte en una máquina de exclusión.

Este mecanismo reproduce desigualdades: los estudiantes con más recursos, apoyo familiar o confianza personal logran resistir, mientras que los más vulnerables son empujados a abandonar. De esta manera, el “cafredrático” perpetúa el elitismo académico y contribuye a reforzar la brecha social que la universidad debería reducir.

El mito como obstáculo histórico

Este mito del profesor depositario único del saber no es exclusivo de la UES; forma parte de una herencia cultural más amplia. Desde la colonia, la enseñanza en América Latina estuvo marcada por el dogmatismo, la repetición y la autoridad incuestionable del maestro. Sin embargo, mientras muchas universidades han avanzado hacia modelos de aprendizaje más horizontales, la UES sigue cargando con estas prácticas obsoletas, disfrazadas de rigor académico, pero en realidad enemigas del pensamiento crítico.

En pleno siglo XXI, resulta inadmisible que persista esta mentalidad. La información está disponible como nunca antes gracias a la cultura digital, el acceso abierto y la globalización del conocimiento. Pretender que un docente posee el monopolio de la verdad es una falacia que deslegitima a la universidad y limita a sus estudiantes. Como señala Morin (1999), la educación del futuro debe estar orientada a enseñar a pensar, no a repetir verdades absolutas.

3. LA EDUCACIÓN SUPERIOR Y SU MISIÓN TRANSFORMADORA

La universidad no puede ser reducida a un espacio de transmisión de conocimientos técnicos ni a un filtro selectivo que decide quién es digno de aprobar o reprobar. Su misión, en sentido profundo, es transformar la sociedad a través de la formación integral de las personas. La educación superior debe cultivar no sólo competencias profesionales, sino también valores éticos, sensibilidad humana y compromiso ciudadano.

Educar más allá de lo técnico

Un error común en la visión de muchos docentes es pensar que la universidad existe únicamente para formar profesionales en su campo técnico: médicos, abogados, ingenieros, odontólogos, contadores. Si bien esa es una parte esencial, la misión va mucho más allá. Se trata de formar ciudadanos críticos, solidarios y responsables. Como advertía Paulo Freire (1997), “la educación no cambia al mundo: cambia a las personas que van a cambiar el mundo” (p. 39).

Desde esta perspectiva, la UES debe asumir la tarea de dotar a los jóvenes no sólo de herramientas científicas, sino también de conciencia social, de manera que no sean simples empleados del sistema, sino agentes de transformación. Un profesional competente pero sin ética es, en última instancia, un peligro para la sociedad.

Ética y compromiso en el ejercicio profesional

La universidad tiene la responsabilidad de transmitir la idea de que el conocimiento no es un privilegio individual, sino un bien social. En un país marcado por la desigualdad y la corrupción, formar profesionales honestos, íntegros y críticos es un imperativo ético. Un estudiante que ha sido humillado y reprimido en el aula difícilmente podrá asumir un compromiso genuino con la justicia y la equidad. Por el contrario, reproducirá las mismas prácticas de abuso de poder en su ejercicio profesional.

La misión transformadora de la educación superior implica entonces romper con la cultura autoritaria y elitista que todavía impera en muchas aulas universitarias. En lugar de formar “ganadores” que excluyen a otros, debe formar ciudadanos que construyen comunidad.

LA UNIVERSIDAD COMO ESPACIO DE DIÁLOGO Y EMANCIPACIÓN

La universidad debe ser concebida como un espacio de diálogo abierto, de debate crítico y de emancipación intelectual. Si el docente se coloca como dueño absoluto del saber, sofoca la posibilidad de cuestionar, investigar y descubrir. En cambio, si se entiende a sí mismo como mediador, el aula se convierte en un laboratorio de ideas, donde el estudiante aprende a pensar, a discernir y a transformar su realidad.

Edgar Morin (2000) sostenía que el gran reto de la educación es enseñar a enfrentar la complejidad del mundo, a comprender la incertidumbre y a pensar de manera crítica y creativa. Esa es la verdadera misión de la educación superior: preparar seres humanos capaces de comprender y actuar en un mundo en constante cambio, no simples repetidores de contenidos.

Una misión inconclusa en la UES

En el caso de la Universidad de El Salvador, esta misión transformadora aún se encuentra inconclusa. Si bien la institución ha sido históricamente un espacio de resistencia y pensamiento crítico, también ha caído en la rutina, la burocracia y las prácticas autoritarias de ciertos docentes que contradicen su espíritu liberador. Transformar esta realidad exige reconocer que la universidad no es un fin en sí mismo, sino un medio para la emancipación humana y social.

FACTORES ESTRUCTURALES DEL ATRASO UNIVERSITARIO

El atraso académico, científico y cultural de la Universidad de El Salvador no es únicamente responsabilidad individual de algunos docentes “cafredráticos”. Existen condiciones estructurales que explican por qué persisten prácticas autoritarias, metodologías obsoletas y una cultura universitaria desconectada de las exigencias del siglo XXI.

La herencia de un sistema educativo deficiente

La mayoría de estudiantes que ingresa a la UES proviene de un sistema educativo nacional marcado por el memorismo, la falta de recursos y la desarticulación pedagógica. Durante años, la educación básica y media no ha logrado formar en el pensamiento crítico, la investigación y la creatividad. En su lugar, ha privilegiado la repetición mecánica de contenidos, dejando al estudiante con serias limitaciones para afrontar los retos universitarios.

Esto genera una situación contradictoria: los estudiantes llegan con vacíos significativos y, en lugar de recibir comprensión, acompañamiento y refuerzo pedagógico, se enfrentan a docentes que los humillan y culpabilizan por esas carencias. De esa manera, la universidad reproduce y amplifica la desigualdad en lugar de compensarla.

Desconexión entre docencia, investigación y proyección social

Otro factor clave del atraso es la separación entre las tres funciones fundamentales de la educación superior: docencia, investigación y proyección social. En la práctica, la mayoría de docentes se concentra únicamente en impartir clases de manera rutinaria, sin vincularlas a la investigación científica ni a la transformación social.

Esto limita el horizonte del estudiante, que se forma únicamente como receptor pasivo de información, sin contacto con la producción de nuevo conocimiento ni con las necesidades reales del país. Así, la UES corre el riesgo de convertirse en una institución repetitiva y burocrática, más preocupada por mantener programas de estudio inmutables que por formar profesionales innovadores y críticos. 

La universidad como espacio de poder, no de servicio

A lo largo de su historia, la Universidad de El Salvador también ha sido escenario de disputas políticas, corporativas y gremiales. En ocasiones, algunos sectores han utilizado la institución como trinchera de poder, olvidando su carácter académico y su misión social. Este fenómeno refuerza la actitud de ciertos docentes que se sienten dueños de las aulas y que ven la docencia no como una vocación de servicio, sino como una posición de privilegio.

En lugar de concebir la universidad como un espacio de diálogo y aprendizaje colectivo, la convierten en un escenario donde se reproduce el autoritarismo, la jerarquía y la exclusión. Tal situación explica por qué muchos estudiantes no ven en sus docentes un modelo de inspiración, sino un obstáculo.

Carencias materiales y resistencia al cambio

Por supuesto, no puede ignorarse la limitada inversión en educación superior pública. La falta de bibliotecas actualizadas, laboratorios modernos, tecnología de punta y condiciones dignas de infraestructura también contribuyen al atraso. Sin embargo, lo más preocupante no es la escasez material, sino la resistencia cultural al cambio. Aun cuando existen recursos, muchos docentes prefieren seguir utilizando los mismos métodos de hace treinta o cuarenta años, desestimando la incorporación de nuevas tecnologías, enfoques pedagógicos y estrategias de aprendizaje activo.

Una crisis que trasciende lo académico

En síntesis, el atraso de la UES responde tanto a factores externos (la deficiencia del sistema educativo nacional, la falta de inversión) como a factores internos (la desconexión entre docencia, investigación y proyección social; la cultura del poder académico; la resistencia al cambio). Superar esta crisis exige una transformación profunda, no sólo en la infraestructura, sino en la mentalidad docente y en la filosofía institucional de la universidad.

5. LA CULTURA DEL MIEDO Y LA HUMILLACIÓN EN LAS AULAS

Uno de los rasgos más dañinos de la docencia autoritaria en la Universidad de El Salvador es la cultura del miedo que ciertos profesores imponen en sus aulas. Esta práctica no sólo distorsiona el proceso de enseñanza-aprendizaje, sino que también traumatiza a los estudiantes, dejando huellas emocionales y cognitivas que afectan su formación académica y su desarrollo personal.

El miedo como estrategia pedagógica

Los “cafredráticos” recurren a frases intimidatorias al inicio del ciclo: “a mí no me pasa nadie”, “esta materia es para pocos”, “si no tiene dinero, mejor no estudie”

LOS CAFREDRATICOS

Estas expresiones buscan infundir temor en lugar de confianza. Bajo esta lógica, el docente se posiciona como juez implacable que decide quién merece avanzar y quién debe fracasar, olvidando que la educación no es un proceso de exclusión, sino de acompañamiento.

El miedo se convierte así en un método pedagógico perverso, donde la relación docente-estudiante se basa en la obediencia y la sumisión, en lugar de la motivación y el respeto mutuo.

Impacto psicológico en los estudiantes

La intimidación constante genera en los estudiantes un bloqueo emocional. Muchos entran al aula con ansiedad, incapaces de concentrarse en el aprendizaje, porque el temor a la humillación pesa más que el deseo de aprender. Esta situación produce lo que los psicólogos llaman indefensión aprendida: el estudiante llega a creer que, por más esfuerzo que haga, no podrá superar los obstáculos impuestos arbitrariamente por el docente.

Esto explica por qué numerosos jóvenes terminan abandonando carreras que, en un inicio, les llenaban de ilusión. Lo que debería ser una oportunidad de movilidad social se convierte en un espacio de frustración y exclusión.

La humillación como práctica “normalizada”

En muchos casos, la humillación se ha normalizado dentro de las facultades. Algunos docentes creen que ridiculizar a un estudiante en público es una forma legítima de enseñanza. Sin embargo, lo único que logran es reforzar la desigualdad y perpetuar un círculo vicioso: estudiantes humillados que, en el futuro, se convierten en profesionales autoritarios o en docentes que replican la misma práctica.

La educación superior no puede ser un campo de tortura psicológica, sino un espacio de liberación intelectual. Como afirma Freire (2005), “la educación es un acto de amor, por tanto, un acto de valor” (p. 45). Humillar a un estudiante no es enseñar: es abusar del poder.

La pérdida de confianza en la universidad

La cultura del miedo genera también un efecto colectivo: erosiona la confianza en la institución universitaria. Cuando los estudiantes perciben que la universidad es un lugar hostil, pierden el sentido de pertenencia y se distancian emocionalmente de la misión académica. Esto atenta directamente contra la idea de universidad como espacio de comunidad, diálogo y formación integral.

Romper con la pedagogía del miedo

Superar esta cultura del miedo implica un cambio radical de mentalidad docente. El respeto, la empatía y la motivación deben sustituir a la intimidación y la humillación. Un verdadero profesor no busca atemorizar, sino inspirar. Un aula universitaria no puede ser una cárcel, sino un taller de libertad y creatividad.

6. UNIVERSITARIA: ENTRE RUTINA LABORAL Y VOCACIÓN DE SERVICIO DOCENCIA

Uno de los grandes dilemas de la educación superior en El Salvador es la diferencia entre quienes asumen la docencia universitaria como un simple empleo rutinario y aquellos que la viven como una vocación de servicio y compromiso con la sociedad. Esta distinción es fundamental para comprender por qué, dentro de la misma institución, encontramos docentes profundamente inspiradores y otros que encarnan la figura del “cafredrático” autoritario.

La docencia como empleo rutinario

En muchos casos, los docentes universitarios reducen su tarea a cumplir un horario, impartir una clase magistral tradicional y entregar notas al final del ciclo. Para ellos, la enseñanza se convierte en un trámite burocrático más que en un proceso pedagógico vivo. Esta visión transforma el aula en un espacio inerte, donde los estudiantes se limitan a escuchar y memorizar, sin posibilidad de diálogo ni construcción activa del conocimiento.

Cuando la docencia se reduce a rutina, el profesor se convierte en funcionario de la educación, preocupado únicamente por su salario y su estabilidad laboral, pero no por el impacto formativo que deja en sus estudiantes. Este modelo de enseñanza, estancado en el siglo pasado, no responde a las exigencias de una sociedad dinámica, tecnológica y plural.

La docencia como vocación de servicio

En contraste, existen docentes que asumen la universidad como un espacio de transformación social. Para ellos, ser profesor no es un trabajo más, sino un acto de entrega y servicio. Estos educadores se distinguen por preparar sus clases con esmero, por motivar a sus estudiantes, por estar dispuestos a escucharlos y acompañarlos en sus procesos de aprendizaje.

Un docente con vocación comprende que su papel no es humillar ni excluir, sino orientar y formar integralmente. Reconoce que el conocimiento es un bien colectivo y que la enseñanza debe estar acompañada de valores como la humildad, la empatía y la solidaridad. Como afirma Freire (1997), “nadie educa a nadie, nadie se educa solo, todos nos educamos en comunión” (p. 74).

El profesor como constructor de sueños

Un verdadero profesor universitario es, ante todo, un constructor de sueños. Inspira a sus estudiantes a creer en sus capacidades, despierta su curiosidad científica, fomenta el amor por la cultura y fortalece la esperanza en que el conocimiento puede transformar sus vidas y la sociedad en la que viven.

Este tipo de docente se convierte en referente, no sólo por lo que enseña en el aula, sino por la coherencia entre su discurso y su vida. Enseña con el ejemplo, con su ética profesional y su compromiso social. Así, marca una diferencia significativa en la vida de sus estudiantes, quienes no lo recuerdan por su severidad, sino por su capacidad de inspirar y abrir caminos.

El desafío de la UES

En la Universidad de El Salvador conviven ambas realidades: la rutina y la vocación. El gran desafío institucional es promover una cultura que valore y reconozca a los docentes que ejercen con entrega y compromiso, mientras se transforma la mentalidad de aquellos que han caído en la comodidad de la rutina y el autoritarismo.

Si la universidad quiere avanzar hacia el siglo XXI con dignidad, debe fortalecer la vocación de servicio docente y erradicar la visión burocrática y soberbia que tantos daños ha causado. Sólo así podrá ser una verdadera casa de estudios superiores al servicio del pueblo salvadoreño.

7. LA UNIVERSIDAD QUE NECESITAMOS EN EL SIGLO XXI

La Universidad de El Salvador se encuentra en una encrucijada histórica: o continúa atrapada en el atraso académico, científico y cultural que la ha caracterizado en las últimas décadas, o asume con valentía el reto de transformarse en una institución moderna, crítica y al servicio de la sociedad. El siglo XXI plantea desafíos inéditos: globalización, revolución digital, crisis climática, desigualdad social y avances vertiginosos en ciencia y tecnología. Ante este panorama, la universidad no puede seguir repitiendo modelos del pasado, sino que debe reinventarse para responder a las necesidades de su tiempo.

Una universidad abierta al diálogo y la democracia

La universidad que necesita El Salvador no puede ser un espacio de autoritarismo, donde unos pocos se sienten dueños del saber. Debe ser, por el contrario, una casa de diálogo, concordia y debate de ideas. El aula universitaria debe convertirse en un laboratorio donde los estudiantes se sientan libres de cuestionar, proponer y participar, sin miedo a la humillación ni a la exclusión.

Como lo señala Habermas (1987), el verdadero conocimiento surge en el marco de la acción comunicativa, donde el diálogo racional sustituye al monólogo autoritario. En este sentido, la UES necesita una transformación cultural que sustituya la soberbia por la humildad, la imposición por el consenso y el miedo por la confianza.

El docente como guía y facilitador

En la universidad del siglo XXI, el docente ya no puede ser un transmisor pasivo de información. Su papel es el de guía, mediador y facilitador del aprendizaje. En una época donde los estudiantes tienen acceso inmediato a información a través de la cultura digital, la tarea del profesor no es monopolizar el saber, sino ayudar a interpretar, analizar críticamente y aplicar el conocimiento en contextos reales.

El docente debe convertirse en un inspirador, alguien que encienda la curiosidad y motive la investigación. La universidad necesita menos jueces de aula y más mentores capaces de acompañar procesos de aprendizaje autónomo y colaborativo.

Ciencia, cultura y compromiso social

La universidad que El Salvador necesita no se limita a impartir clases, sino que debe convertirse en un centro de producción científica y cultural, vinculado estrechamente con las necesidades del país. No basta con formar profesionales competentes; se requiere formar ciudadanos comprometidos con la justicia social, la equidad de género, la sostenibilidad ambiental y la defensa de los derechos humanos.

En este sentido, la investigación debe ocupar un lugar central, no como ejercicio académico aislado, sino como herramienta para transformar la realidad nacional. La proyección social debe ser también una prioridad: la universidad debe estar al servicio de las comunidades, aportando soluciones a sus problemas y construyendo, junto a ellas, alternativas de desarrollo.

Un hogar de esperanza para las nuevas generaciones

La UES no puede seguir siendo vista por sus estudiantes como un espacio hostil, lleno de soberbia y miedo. Debe convertirse en un hogar de esperanza, libertad y construcción de sueños. La universidad que necesitamos en el siglo XXI es aquella donde los jóvenes se sientan valorados, escuchados y motivados, y donde el conocimiento sea una herramienta para construir un país más justo, digno y democrático.

8. PROPUESTAS DE CAMBIO Y RENOVACIÓN DOCENTE

Si queremos superar el atraso académico y cultural que aqueja a la Universidad de El Salvador, no basta con denunciar las prácticas autoritarias y la figura del “cafredrático”. Es necesario plantear propuestas concretas de transformación, orientadas a renovar la docencia universitaria y devolverle a la institución su misión histórica: ser faro de conocimiento, ciencia y servicio al pueblo salvadoreño.

1. Formación pedagógica permanente para los docentes

Muchos profesores de la UES dominan sus áreas técnicas o profesionales, pero carecen de preparación pedagógica. Esto explica la persistencia de métodos arcaicos como la clase magistral unidireccional o la evaluación punitiva. Se hace urgente implementar programas obligatorios de formación y actualización pedagógica, que incluyan didáctica universitaria, educación crítica, psicología del aprendizaje y uso de tecnologías digitales.

En palabras de Freire (1997), “enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su producción o construcción” (p. 47). Sin formación pedagógica, el docente difícilmente podrá cumplir este papel.

2. Evaluación ética y profesional del cuerpo docente

En la universidad actual, el rendimiento del docente rara vez es evaluado con criterios serios y éticos. Se necesita un sistema transparente de evaluación docente integral, que incluya la opinión de los estudiantes, la calidad de las clases, la actualización académica y la participación en investigación y proyección social.

Esta evaluación no debe ser vista como castigo, sino como mecanismo de retroalimentación y mejora continua, reconociendo a los buenos profesores y corrigiendo las prácticas de quienes ejercen la docencia como si fuese un privilegio personal.

3. Vinculación entre docencia, investigación y proyección social

La docencia universitaria no puede limitarse a impartir cátedra. Es imprescindible articular la enseñanza con la investigación científica y con la proyección social. Esto significa que los docentes deben involucrar a los estudiantes en proyectos de investigación aplicada, vinculados a los problemas del país: pobreza, salud, medio ambiente, educación, cultura.

De esta manera, los estudiantes aprenderán no sólo contenidos teóricos, sino también a aplicar el conocimiento en contextos reales, desarrollando competencias de análisis crítico y compromiso ciudadano.

4. Incentivar la innovación y el uso de tecnologías educativas

El siglo XXI exige docentes abiertos a la innovación. La universidad debe impulsar el uso de plataformas digitales, metodologías activas y recursos tecnológicos que enriquezcan el aprendizaje. El reto no es sustituir al docente por la tecnología, sino aprovechar las herramientas disponibles para dinamizar la enseñanza y hacerla más participativa.

Esto implica superar la resistencia de quienes siguen aferrados a los métodos del pasado y promover una cultura de aprendizaje continuo y adaptación al cambio.

5. Revalorizar la vocación de servicio docente

Finalmente, toda reforma universitaria debe partir de un principio básico: la docencia es un acto de servicio y compromiso ético con la sociedad. El docente universitario no está para humillar ni para sentirse superior, sino para acompañar a jóvenes que, en muchos casos, enfrentan enormes dificultades económicas, familiares y sociales.

La universidad necesita docentes que asuman su rol con humildad, empatía y responsabilidad social, conscientes de que cada estudiante es un proyecto de vida y un potencial agente de transformación.

9. CONCLUSIÓN

La Universidad de El Salvador atraviesa una profunda contradicción: por un lado, se proclama como la institución de mayor prestigio académico del país, depositaria de la ciencia, la cultura y la crítica social; por otro, reproduce prácticas arcaicas que la mantienen en un atraso académico, científico y cultural incompatible con las exigencias del siglo XXI.

El análisis desarrollado en este ensayo ha puesto en evidencia que uno de los principales obstáculos para el desarrollo de la universidad no es únicamente la falta de recursos materiales, sino la cultura docente autoritaria, representada en la figura del “cafredrático”: aquel profesor que se cree dueño de la verdad, disfruta humillar a los estudiantes y utiliza la intimidación como método pedagógico.

La persistencia de estas prácticas ha generado una cultura del miedo y la exclusión, que desmotiva a los jóvenes, limita su aprendizaje y perpetúa la desigualdad social. Frente a ello, la universidad no puede continuar como espectadora pasiva. Es urgente replantear su misión y recuperar su verdadero sentido: ser espacio de diálogo, pensamiento crítico y emancipación social.

La educación superior debe formar profesionales competentes, sí, pero sobre todo ciudadanos éticos y comprometidos con la transformación del país. Como lo recuerda Paulo Freire (2005), “la educación verdadera es praxis, reflexión y acción del hombre sobre el mundo para transformarlo” (p. 84). La universidad que humilla, intimida y margina no transforma; perpetúa la opresión.

De ahí que la conclusión principal de este trabajo es clara: la UES necesita una renovación docente profunda, basada en la formación pedagógica continua, la evaluación ética de su cuerpo docente, la vinculación entre docencia, investigación y proyección social, y la revalorización de la vocación de servicio.

El futuro de la Universidad de El Salvador dependerá de su capacidad de romper con la soberbia y el autoritarismo, y de convertirse en una institución abierta al diálogo, la innovación y la justicia social. Solo así podrá cumplir con su misión histórica: ser la universidad del pueblo, al servicio del pueblo y para la transformación del pueblo salvadoreño.

10. RESUMEN CRÍTICO FINAL

Este ensayo ha buscado analizar de manera crítica y enérgica la situación de la Universidad de El Salvador, centrándose en uno de sus males más persistentes: la soberbia docente y la figura del “cafredrático”, que aún domina muchas aulas universitarias.

En la introducción, planteamos el problema central: el atraso académico, científico y cultural de la UES, sostenido en gran medida por docentes que se creen depositarios únicos del saber y que recurren a la intimidación y la humillación como estrategia pedagógica.

En el desarrollo, fuimos desglosando este fenómeno:

Mostramos cómo el mito del docente omnisciente destruye la motivación y genera bloqueos psicológicos en los estudiantes.

Analizamos la verdadera misión de la educación superior: formar ciudadanos críticos y éticos, no solo técnicos.

Identificamos factores estructurales que explican el atraso universitario: la herencia de un sistema educativo deficiente, la desconexión entre docencia e investigación, el uso de la universidad como trinchera de poder y la resistencia al cambio.

Denunciamos la cultura del miedo y la humillación como prácticas normalizadas que traumatizan a los jóvenes y erosionan la confianza en la institución.

Contrastamos dos visiones de la docencia: la rutinaria y burocrática frente a la vocacional y transformadora.

Señalamos que la universidad que el país necesita en el siglo XXI debe ser abierta, democrática, científica y comprometida con la justicia social.

Finalmente, propusimos medidas de cambio: formación pedagógica permanente, evaluación ética de los docentes, vinculación entre docencia e investigación, innovación tecnológica y revalorización de la vocación de servicio.

En la conclusión, destacamos que el mayor reto de la UES no es únicamente financiero o material, sino cultural y ético. El desafío radica en desterrar la mentalidad autoritaria y sustituirla por una pedagogía del respeto, la motivación y la emancipación.

En síntesis, el ensayo afirma con claridad que la universidad no puede seguir siendo un espacio de soberbia y miedo, sino que debe convertirse en un hogar de esperanza, libertad y construcción de sueños. La UES tiene en sus manos la posibilidad de renovarse y cumplir con su verdadera misión histórica: ser la universidad del pueblo y para el pueblo, un espacio de ciencia, cultura y transformación social.

Como recordaba Paulo Freire (1997), “la educación no es neutral; sirve para la liberación o para la domesticación” (p. 92). El gran reto de la Universidad de El Salvador es decidir de qué lado de la historia quiere estar.

11. REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS.

1.      Freire, P. (1997). Pedagogía de la autonomía: Saberes necesarios para la práctica educativa. Siglo XXI Editores.

2.      Freire, P. (2005). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.

3.      Habermas, J. (1987). Teoría de la acción comunicativa, Vol. I: Racionalidad de la acción y racionalización social. Taurus.

4.      Morin, E. (1999). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. UNESCO.

5.      Morin, E. (2000). La mente bien ordenada: Repensar la reforma, reformar el pensamiento. Seix Barral.

6.      Bauman, Z. (2005). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.

7.      Ventura, J. I. (s.f.). Los cafredráticos universitarios. Manuscrito inédito.

8.      UNESCO. (2015). Replantear la educación: ¿Hacia un bien común mundial? UNESCO Publishing.

9.      Tünnermann Bernheim, C. (2008). La educación superior en América Latina y el Caribe: diez años después de la Conferencia Mundial de 1998. UNESCO-IESALC.

10. Bourdieu, P., & Passeron, J. C. (2003). Los herederos: Los estudiantes y la cultura. Siglo XXI Editores.

 

 

 

 

                                    SAN SALVADOR, 20 DEAGOSTODE2025

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