“CAFREDRÁTICOS Y ATRASO UNIVERSITARIO: ENTRE LA
ARROGANCIA Y LA URGENCIA DE CAMBIO”
POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
Hablar de la Universidad de El Salvador (UES) implica
hablar de una institución histórica, profundamente ligada a las luchas sociales,
políticas y culturales del país. Como universidad pública, su misión ha sido
abrir las puertas del conocimiento a los hijos e hijas del pueblo, muchos de
ellos provenientes de hogares humildes, marcados por la desigualdad y la
exclusión. Sin embargo, esa misión liberadora y transformadora ha quedado, en
demasiadas ocasiones, atrapada en una contradicción: mientras se proclama como
espacio de ciencia, crítica y democracia, dentro de sus aulas se reproducen
prácticas autoritarias, soberbias y profundamente atrasadas.
Uno de los problemas más graves que aquejan a la UES en
pleno siglo XXI es el atraso académico, científico y cultural. A pesar de los
avances tecnológicos y de las reformas educativas que han transformado las
universidades en otras latitudes, en El Salvador persiste una visión rígida,
memorística y punitiva de la enseñanza superior. Este atraso no se debe
únicamente a la falta de recursos materiales o a la carencia de infraestructura
moderna, sino también —y sobre todo— a la actitud de muchos de sus docentes. Se
trata de aquellos que, en lugar de asumir la docencia como una vocación de
servicio, la convierten en un espacio de soberbia, intimidación y abuso de
poder.
En este contexto aparece la figura del “cafredrático”, término que recoge el espíritu de quienes se sienten depositarios únicos del saber, dueños de la verdad absoluta, y que disfrutan humillando a los estudiantes con frases como: “a mí no me pasa nadie”, “esta materia es para pocos” o “si no tiene dinero, mejor no estudie”
Estas expresiones no son simples anécdotas: constituyen
un mecanismo de poder que refuerza la desigualdad, genera bloqueos emocionales
en los estudiantes y convierte la universidad en un espacio hostil en lugar de
un hogar de aprendizaje y diálogo.
El problema de fondo radica en que estos docentes
confunden la evaluación con el castigo, la enseñanza con la humillación, y la
autoridad con el autoritarismo. Tal actitud contradice los principios básicos
de la pedagogía, la didáctica y el humanismo, vaciando de sentido el verdadero
rol del educador. Un docente universitario no debería ser un obstáculo, sino un
mediador del conocimiento, un guía que inspira, motiva y forma no sólo
profesionales competentes, sino también ciudadanos críticos, éticos y
comprometidos con la transformación de la sociedad.
La crítica a los “cafredráticos” no pretende generalizar
ni desacreditar a todos los docentes universitarios. Existen, por supuesto,
profesores comprometidos, que se esfuerzan día a día por orientar con
paciencia, ética y profesionalismo a sus estudiantes. Son ellos quienes
encarnan la verdadera misión universitaria: formar seres humanos íntegros,
amantes del saber y capaces de aportar a su país con honestidad y dignidad.
Pero, como veremos a lo largo de este ensayo, son los menos visibles,
eclipsados por aquellos que se autoproclaman guardianes del conocimiento y que
han hecho de la soberbia su sello.
Este ensayo busca, por tanto, desnudar las prácticas
autoritarias que aún persisten en la Universidad de El Salvador, analizar las
raíces de este atraso cultural y académico, y plantear la urgente necesidad de
construir una universidad diferente: abierta al diálogo, a la ciencia y al
debate crítico, donde el docente deje de ser juez y se convierta en
facilitador, acompañante y constructor de sueños.
Porque, como señalaba Paulo Freire (1997), “enseñar exige
respeto a la autonomía del ser del educando” (p. 67). Una universidad que
humilla, intimida y reprueba por soberbia no cumple con su misión social ni con
su responsabilidad histórica.
2. EL MITO DEL DOCENTE COMO DEPOSITARIO ÚNICO DEL SABER
En la tradición universitaria salvadoreña, se ha
cultivado durante décadas una figura casi mítica: el docente que se considera a
sí mismo el único depositario del conocimiento. Este “cafredrático”, como
atinadamente lo denomina Ventura asume que su rol no es educar ni guiar,
sino controlar, intimidar y marcar la distancia jerárquica entre quien “sabe” y
quien “ignora”. Este mito se sostiene en una visión autoritaria de la
educación, heredada de tiempos coloniales y reforzada por un sistema educativo
que ha privilegiado la memorización sobre el pensamiento crítico.
El poder de la palabra intimidatoria
Las frases que se escuchan al inicio de muchos cursos
universitarios son ilustrativas: “a mí no me pasa nadie”, “el que me pasa es
porque sabe”, “esta materia es para pocos” o “si no tiene dinero, no estudie
esta carrera”
LOS CAFREDRATICOS
Estas expresiones
no son simples advertencias: son dispositivos de poder. Al pronunciarlas, el
docente envía un mensaje claro al estudiante: “yo soy el filtro, yo decido tu
futuro, yo soy el saber”. No se trata de incentivar el esfuerzo, sino de
instaurar el miedo como estrategia pedagógica.
El problema es que el miedo no educa; paraliza. En lugar de motivar, inhibe. En lugar de abrir puertas, las cierra. Como advierte Freire (2005), “nadie educa a nadie, nadie se educa a sí mismo, los hombres se educan entre sí mediatizados por el mundo” (p. 72). El conocimiento no puede ser una propiedad privada del profesor, sino un proceso de construcción colectiva. El mito del docente omnisciente rompe esta dinámica y convierte el aula en un espacio de sumisión.
Consecuencias en el aprendizaje
El impacto de esta actitud es devastador. Muchos
estudiantes, especialmente aquellos que provienen de hogares con dificultades
económicas o sociales, terminan creyendo que no tienen capacidad para aprender.
La intimidación se convierte en trauma, y lo que debería ser una oportunidad de
superación se transforma en frustración. Así, la universidad —que debería
democratizar el saber— se convierte en una máquina de exclusión.
Este mecanismo reproduce desigualdades: los estudiantes
con más recursos, apoyo familiar o confianza personal logran resistir, mientras
que los más vulnerables son empujados a abandonar. De esta manera, el
“cafredrático” perpetúa el elitismo académico y contribuye a reforzar la brecha
social que la universidad debería reducir.
El mito como obstáculo histórico
Este mito del profesor depositario único del saber no es
exclusivo de la UES; forma parte de una herencia cultural más amplia. Desde la
colonia, la enseñanza en América Latina estuvo marcada por el dogmatismo, la
repetición y la autoridad incuestionable del maestro. Sin embargo, mientras
muchas universidades han avanzado hacia modelos de aprendizaje más
horizontales, la UES sigue cargando con estas prácticas obsoletas, disfrazadas
de rigor académico, pero en realidad enemigas del pensamiento crítico.
En pleno siglo XXI, resulta inadmisible que persista esta mentalidad. La información está disponible como nunca antes gracias a la cultura digital, el acceso abierto y la globalización del conocimiento. Pretender que un docente posee el monopolio de la verdad es una falacia que deslegitima a la universidad y limita a sus estudiantes. Como señala Morin (1999), la educación del futuro debe estar orientada a enseñar a pensar, no a repetir verdades absolutas.
3. LA EDUCACIÓN SUPERIOR Y SU MISIÓN TRANSFORMADORA
La universidad no puede ser reducida a un espacio de
transmisión de conocimientos técnicos ni a un filtro selectivo que decide quién
es digno de aprobar o reprobar. Su misión, en sentido profundo, es transformar
la sociedad a través de la formación integral de las personas. La educación
superior debe cultivar no sólo competencias profesionales, sino también valores
éticos, sensibilidad humana y compromiso ciudadano.
Educar más allá de lo técnico
Un error común en la visión de muchos docentes es pensar
que la universidad existe únicamente para formar profesionales en su campo
técnico: médicos, abogados, ingenieros, odontólogos, contadores. Si bien esa es
una parte esencial, la misión va mucho más allá. Se trata de formar ciudadanos
críticos, solidarios y responsables. Como advertía Paulo Freire (1997), “la
educación no cambia al mundo: cambia a las personas que van a cambiar el mundo”
(p. 39).
Desde esta perspectiva, la UES debe asumir la tarea de
dotar a los jóvenes no sólo de herramientas científicas, sino también de
conciencia social, de manera que no sean simples empleados del sistema, sino
agentes de transformación. Un profesional competente pero sin ética es, en
última instancia, un peligro para la sociedad.
Ética y compromiso en el ejercicio profesional
La universidad tiene la responsabilidad de transmitir la
idea de que el conocimiento no es un privilegio individual, sino un bien
social. En un país marcado por la desigualdad y la corrupción, formar
profesionales honestos, íntegros y críticos es un imperativo ético. Un
estudiante que ha sido humillado y reprimido en el aula difícilmente podrá
asumir un compromiso genuino con la justicia y la equidad. Por el contrario,
reproducirá las mismas prácticas de abuso de poder en su ejercicio profesional.
La misión transformadora de la educación superior implica
entonces romper con la cultura autoritaria y elitista que todavía impera en
muchas aulas universitarias. En lugar de formar “ganadores” que excluyen a
otros, debe formar ciudadanos que construyen comunidad.
LA UNIVERSIDAD COMO ESPACIO DE DIÁLOGO Y EMANCIPACIÓN
La universidad debe ser concebida como un espacio de
diálogo abierto, de debate crítico y de emancipación intelectual. Si el docente
se coloca como dueño absoluto del saber, sofoca la posibilidad de cuestionar,
investigar y descubrir. En cambio, si se entiende a sí mismo como mediador, el
aula se convierte en un laboratorio de ideas, donde el estudiante aprende a
pensar, a discernir y a transformar su realidad.
Edgar Morin (2000) sostenía que el gran reto de la
educación es enseñar a enfrentar la complejidad del mundo, a comprender la
incertidumbre y a pensar de manera crítica y creativa. Esa es la verdadera
misión de la educación superior: preparar seres humanos capaces de comprender y
actuar en un mundo en constante cambio, no simples repetidores de contenidos.
Una misión inconclusa en la UES
En el caso de la Universidad de El Salvador, esta misión
transformadora aún se encuentra inconclusa. Si bien la institución ha sido
históricamente un espacio de resistencia y pensamiento crítico, también ha
caído en la rutina, la burocracia y las prácticas autoritarias de ciertos
docentes que contradicen su espíritu liberador. Transformar esta realidad exige
reconocer que la universidad no es un fin en sí mismo, sino un medio para la
emancipación humana y social.
FACTORES ESTRUCTURALES DEL ATRASO UNIVERSITARIO
El atraso académico, científico y cultural de la
Universidad de El Salvador no es únicamente responsabilidad individual de
algunos docentes “cafredráticos”. Existen condiciones estructurales que
explican por qué persisten prácticas autoritarias, metodologías obsoletas y una
cultura universitaria desconectada de las exigencias del siglo XXI.
La herencia de un sistema educativo deficiente
La mayoría de estudiantes que ingresa a la UES proviene
de un sistema educativo nacional marcado por el memorismo, la falta de recursos
y la desarticulación pedagógica. Durante años, la educación básica y media no
ha logrado formar en el pensamiento crítico, la investigación y la creatividad.
En su lugar, ha privilegiado la repetición mecánica de contenidos, dejando al
estudiante con serias limitaciones para afrontar los retos universitarios.
Esto genera una situación contradictoria: los estudiantes
llegan con vacíos significativos y, en lugar de recibir comprensión,
acompañamiento y refuerzo pedagógico, se enfrentan a docentes que los humillan
y culpabilizan por esas carencias. De esa manera, la universidad reproduce y
amplifica la desigualdad en lugar de compensarla.
Desconexión entre docencia, investigación y proyección
social
Otro factor clave del atraso es la separación entre las
tres funciones fundamentales de la educación superior: docencia, investigación
y proyección social. En la práctica, la mayoría de docentes se concentra
únicamente en impartir clases de manera rutinaria, sin vincularlas a la
investigación científica ni a la transformación social.
Esto limita el horizonte del estudiante, que se forma únicamente como receptor pasivo de información, sin contacto con la producción de nuevo conocimiento ni con las necesidades reales del país. Así, la UES corre el riesgo de convertirse en una institución repetitiva y burocrática, más preocupada por mantener programas de estudio inmutables que por formar profesionales innovadores y críticos.
La universidad como espacio de poder, no de servicio
A lo largo de su historia, la Universidad de El Salvador
también ha sido escenario de disputas políticas, corporativas y gremiales. En
ocasiones, algunos sectores han utilizado la institución como trinchera de
poder, olvidando su carácter académico y su misión social. Este fenómeno
refuerza la actitud de ciertos docentes que se sienten dueños de las aulas y
que ven la docencia no como una vocación de servicio, sino como una posición de
privilegio.
En lugar de concebir la universidad como un espacio de diálogo
y aprendizaje colectivo, la convierten en un escenario donde se reproduce el
autoritarismo, la jerarquía y la exclusión. Tal situación explica por qué
muchos estudiantes no ven en sus docentes un modelo de inspiración, sino un
obstáculo.
Carencias materiales y resistencia al cambio
Por supuesto, no puede ignorarse la limitada inversión en
educación superior pública. La falta de bibliotecas actualizadas, laboratorios
modernos, tecnología de punta y condiciones dignas de infraestructura también
contribuyen al atraso. Sin embargo, lo más preocupante no es la escasez
material, sino la resistencia cultural al cambio. Aun cuando existen recursos,
muchos docentes prefieren seguir utilizando los mismos métodos de hace treinta
o cuarenta años, desestimando la incorporación de nuevas tecnologías, enfoques
pedagógicos y estrategias de aprendizaje activo.
Una crisis que trasciende lo académico
En síntesis, el atraso de la UES responde tanto a
factores externos (la deficiencia del sistema educativo nacional, la falta de
inversión) como a factores internos (la desconexión entre docencia,
investigación y proyección social; la cultura del poder académico; la
resistencia al cambio). Superar esta crisis exige una transformación profunda,
no sólo en la infraestructura, sino en la mentalidad docente y en la filosofía
institucional de la universidad.
5. LA CULTURA DEL MIEDO Y LA HUMILLACIÓN EN LAS AULAS
Uno de los rasgos más dañinos de la docencia autoritaria
en la Universidad de El Salvador es la cultura del miedo que ciertos profesores
imponen en sus aulas. Esta práctica no sólo distorsiona el proceso de
enseñanza-aprendizaje, sino que también traumatiza a los estudiantes, dejando
huellas emocionales y cognitivas que afectan su formación académica y su
desarrollo personal.
El miedo como estrategia pedagógica
Los “cafredráticos” recurren a frases intimidatorias al
inicio del ciclo: “a mí no me pasa nadie”, “esta materia es para pocos”, “si no
tiene dinero, mejor no estudie”
LOS CAFREDRATICOS
Estas expresiones buscan infundir temor en lugar de
confianza. Bajo esta lógica, el docente se posiciona como juez implacable que
decide quién merece avanzar y quién debe fracasar, olvidando que la educación
no es un proceso de exclusión, sino de acompañamiento.
El miedo se convierte así en un método pedagógico
perverso, donde la relación docente-estudiante se basa en la obediencia y la
sumisión, en lugar de la motivación y el respeto mutuo.
Impacto psicológico en los estudiantes
La intimidación constante genera en los estudiantes un
bloqueo emocional. Muchos entran al aula con ansiedad, incapaces de
concentrarse en el aprendizaje, porque el temor a la humillación pesa más que
el deseo de aprender. Esta situación produce lo que los psicólogos llaman
indefensión aprendida: el estudiante llega a creer que, por más esfuerzo que
haga, no podrá superar los obstáculos impuestos arbitrariamente por el docente.
Esto explica por qué numerosos jóvenes terminan
abandonando carreras que, en un inicio, les llenaban de ilusión. Lo que debería
ser una oportunidad de movilidad social se convierte en un espacio de
frustración y exclusión.
La humillación como práctica “normalizada”
En muchos casos, la humillación se ha normalizado dentro
de las facultades. Algunos docentes creen que ridiculizar a un estudiante en
público es una forma legítima de enseñanza. Sin embargo, lo único que logran es
reforzar la desigualdad y perpetuar un círculo vicioso: estudiantes humillados
que, en el futuro, se convierten en profesionales autoritarios o en docentes
que replican la misma práctica.
La educación superior no puede ser un campo de tortura
psicológica, sino un espacio de liberación intelectual. Como afirma Freire
(2005), “la educación es un acto de amor, por tanto, un acto de valor” (p. 45).
Humillar a un estudiante no es enseñar: es abusar del poder.
La pérdida de confianza en la universidad
La cultura del miedo genera también un efecto colectivo:
erosiona la confianza en la institución universitaria. Cuando los estudiantes
perciben que la universidad es un lugar hostil, pierden el sentido de
pertenencia y se distancian emocionalmente de la misión académica. Esto atenta
directamente contra la idea de universidad como espacio de comunidad, diálogo y
formación integral.
Romper con la pedagogía del miedo
Superar esta cultura del miedo implica un cambio radical
de mentalidad docente. El respeto, la empatía y la motivación deben sustituir a
la intimidación y la humillación. Un verdadero profesor no busca atemorizar,
sino inspirar. Un aula universitaria no puede ser una cárcel, sino un taller de
libertad y creatividad.
6. UNIVERSITARIA: ENTRE
RUTINA LABORAL Y VOCACIÓN DE SERVICIO DOCENCIA
Uno de los grandes dilemas de la educación superior en El
Salvador es la diferencia entre quienes asumen la docencia universitaria como
un simple empleo rutinario y aquellos que la viven como una vocación de
servicio y compromiso con la sociedad. Esta distinción es fundamental para
comprender por qué, dentro de la misma institución, encontramos docentes
profundamente inspiradores y otros que encarnan la figura del “cafredrático”
autoritario.
La docencia como empleo rutinario
En muchos casos, los docentes universitarios reducen su
tarea a cumplir un horario, impartir una clase magistral tradicional y entregar
notas al final del ciclo. Para ellos, la enseñanza se convierte en un trámite
burocrático más que en un proceso pedagógico vivo. Esta visión transforma el
aula en un espacio inerte, donde los estudiantes se limitan a escuchar y
memorizar, sin posibilidad de diálogo ni construcción activa del conocimiento.
Cuando la docencia se reduce a rutina, el profesor se
convierte en funcionario de la educación, preocupado únicamente por su salario
y su estabilidad laboral, pero no por el impacto formativo que deja en sus
estudiantes. Este modelo de enseñanza, estancado en el siglo pasado, no
responde a las exigencias de una sociedad dinámica, tecnológica y plural.
La docencia como vocación de servicio
En contraste, existen docentes que asumen la universidad
como un espacio de transformación social. Para ellos, ser profesor no es un
trabajo más, sino un acto de entrega y servicio. Estos educadores se distinguen
por preparar sus clases con esmero, por motivar a sus estudiantes, por estar
dispuestos a escucharlos y acompañarlos en sus procesos de aprendizaje.
Un docente con vocación comprende que su papel no es
humillar ni excluir, sino orientar y formar integralmente. Reconoce que el
conocimiento es un bien colectivo y que la enseñanza debe estar acompañada de
valores como la humildad, la empatía y la solidaridad. Como afirma Freire
(1997), “nadie educa a nadie, nadie se educa solo, todos nos educamos en
comunión” (p. 74).
El profesor como constructor de sueños
Un verdadero profesor universitario es, ante todo, un
constructor de sueños. Inspira a sus estudiantes a creer en sus capacidades,
despierta su curiosidad científica, fomenta el amor por la cultura y fortalece
la esperanza en que el conocimiento puede transformar sus vidas y la sociedad
en la que viven.
Este tipo de docente se convierte en referente, no sólo
por lo que enseña en el aula, sino por la coherencia entre su discurso y su
vida. Enseña con el ejemplo, con su ética profesional y su compromiso social.
Así, marca una diferencia significativa en la vida de sus estudiantes, quienes
no lo recuerdan por su severidad, sino por su capacidad de inspirar y abrir
caminos.
El desafío de la UES
En la Universidad de El Salvador conviven ambas
realidades: la rutina y la vocación. El gran desafío institucional es promover
una cultura que valore y reconozca a los docentes que ejercen con entrega y
compromiso, mientras se transforma la mentalidad de aquellos que han caído en la
comodidad de la rutina y el autoritarismo.
Si la universidad quiere avanzar hacia el siglo XXI con
dignidad, debe fortalecer la vocación de servicio docente y erradicar la visión
burocrática y soberbia que tantos daños ha causado. Sólo así podrá ser una
verdadera casa de estudios superiores al servicio del pueblo salvadoreño.
7. LA UNIVERSIDAD QUE NECESITAMOS EN EL SIGLO XXI
La Universidad de El Salvador se encuentra en una
encrucijada histórica: o continúa atrapada en el atraso académico, científico y
cultural que la ha caracterizado en las últimas décadas, o asume con valentía
el reto de transformarse en una institución moderna, crítica y al servicio de
la sociedad. El siglo XXI plantea desafíos inéditos: globalización, revolución
digital, crisis climática, desigualdad social y avances vertiginosos en ciencia
y tecnología. Ante este panorama, la universidad no puede seguir repitiendo
modelos del pasado, sino que debe reinventarse para responder a las necesidades
de su tiempo.
Una universidad abierta al diálogo y la democracia
La universidad que necesita El Salvador no puede ser un
espacio de autoritarismo, donde unos pocos se sienten dueños del saber. Debe
ser, por el contrario, una casa de diálogo, concordia y debate de ideas. El
aula universitaria debe convertirse en un laboratorio donde los estudiantes se
sientan libres de cuestionar, proponer y participar, sin miedo a la humillación
ni a la exclusión.
Como lo señala Habermas (1987), el verdadero conocimiento
surge en el marco de la acción comunicativa, donde el diálogo racional
sustituye al monólogo autoritario. En este sentido, la UES necesita una
transformación cultural que sustituya la soberbia por la humildad, la
imposición por el consenso y el miedo por la confianza.
El docente como guía y facilitador
En la universidad del siglo XXI, el docente ya no puede
ser un transmisor pasivo de información. Su papel es el de guía, mediador y
facilitador del aprendizaje. En una época donde los estudiantes tienen acceso
inmediato a información a través de la cultura digital, la tarea del profesor
no es monopolizar el saber, sino ayudar a interpretar, analizar críticamente y
aplicar el conocimiento en contextos reales.
El docente debe convertirse en un inspirador, alguien que
encienda la curiosidad y motive la investigación. La universidad necesita menos
jueces de aula y más mentores capaces de acompañar procesos de aprendizaje
autónomo y colaborativo.
Ciencia, cultura y compromiso social
La universidad que El Salvador necesita no se limita a
impartir clases, sino que debe convertirse en un centro de producción
científica y cultural, vinculado estrechamente con las necesidades del país. No
basta con formar profesionales competentes; se requiere formar ciudadanos
comprometidos con la justicia social, la equidad de género, la sostenibilidad
ambiental y la defensa de los derechos humanos.
En este sentido, la investigación debe ocupar un lugar
central, no como ejercicio académico aislado, sino como herramienta para
transformar la realidad nacional. La proyección social debe ser también una
prioridad: la universidad debe estar al servicio de las comunidades, aportando
soluciones a sus problemas y construyendo, junto a ellas, alternativas de
desarrollo.
Un hogar de esperanza para las nuevas generaciones
La UES no puede seguir siendo vista por sus estudiantes como un espacio hostil, lleno de soberbia y miedo. Debe convertirse en un hogar de esperanza, libertad y construcción de sueños. La universidad que necesitamos en el siglo XXI es aquella donde los jóvenes se sientan valorados, escuchados y motivados, y donde el conocimiento sea una herramienta para construir un país más justo, digno y democrático.
8. PROPUESTAS DE CAMBIO Y RENOVACIÓN DOCENTE
Si queremos superar el atraso académico y cultural que
aqueja a la Universidad de El Salvador, no basta con denunciar las prácticas
autoritarias y la figura del “cafredrático”. Es necesario plantear propuestas
concretas de transformación, orientadas a renovar la docencia universitaria y
devolverle a la institución su misión histórica: ser faro de conocimiento,
ciencia y servicio al pueblo salvadoreño.
1. Formación pedagógica permanente para los docentes
Muchos profesores de la UES dominan sus áreas técnicas o
profesionales, pero carecen de preparación pedagógica. Esto explica la persistencia
de métodos arcaicos como la clase magistral unidireccional o la evaluación
punitiva. Se hace urgente implementar programas obligatorios de formación y
actualización pedagógica, que incluyan didáctica universitaria, educación
crítica, psicología del aprendizaje y uso de tecnologías digitales.
En palabras de Freire (1997), “enseñar no es transferir
conocimiento, sino crear las posibilidades para su producción o construcción”
(p. 47). Sin formación pedagógica, el docente difícilmente podrá cumplir este
papel.
2. Evaluación ética y profesional del cuerpo docente
En la universidad actual, el rendimiento del docente rara
vez es evaluado con criterios serios y éticos. Se necesita un sistema
transparente de evaluación docente integral, que incluya la opinión de los
estudiantes, la calidad de las clases, la actualización académica y la
participación en investigación y proyección social.
Esta evaluación no debe ser vista como castigo, sino como
mecanismo de retroalimentación y mejora continua, reconociendo a los buenos
profesores y corrigiendo las prácticas de quienes ejercen la docencia como si
fuese un privilegio personal.
3. Vinculación entre docencia, investigación y proyección
social
La docencia universitaria no puede limitarse a impartir
cátedra. Es imprescindible articular la enseñanza con la investigación
científica y con la proyección social. Esto significa que los docentes deben
involucrar a los estudiantes en proyectos de investigación aplicada, vinculados
a los problemas del país: pobreza, salud, medio ambiente, educación, cultura.
De esta manera, los estudiantes aprenderán no sólo
contenidos teóricos, sino también a aplicar el conocimiento en contextos
reales, desarrollando competencias de análisis crítico y compromiso ciudadano.
4. Incentivar la innovación y el uso de tecnologías
educativas
El siglo XXI exige docentes abiertos a la innovación. La
universidad debe impulsar el uso de plataformas digitales, metodologías activas
y recursos tecnológicos que enriquezcan el aprendizaje. El reto no es sustituir
al docente por la tecnología, sino aprovechar las herramientas disponibles para
dinamizar la enseñanza y hacerla más participativa.
Esto implica superar la resistencia de quienes siguen
aferrados a los métodos del pasado y promover una cultura de aprendizaje continuo
y adaptación al cambio.
5. Revalorizar la vocación de servicio docente
Finalmente, toda reforma universitaria debe partir de un
principio básico: la docencia es un acto de servicio y compromiso ético con la
sociedad. El docente universitario no está para humillar ni para sentirse
superior, sino para acompañar a jóvenes que, en muchos casos, enfrentan enormes
dificultades económicas, familiares y sociales.
La universidad necesita docentes que asuman su rol con
humildad, empatía y responsabilidad social, conscientes de que cada estudiante
es un proyecto de vida y un potencial agente de transformación.
9. CONCLUSIÓN
La Universidad de El Salvador atraviesa una profunda
contradicción: por un lado, se proclama como la institución de mayor prestigio
académico del país, depositaria de la ciencia, la cultura y la crítica social;
por otro, reproduce prácticas arcaicas que la mantienen en un atraso académico,
científico y cultural incompatible con las exigencias del siglo XXI.
El análisis desarrollado en este ensayo ha puesto en
evidencia que uno de los principales obstáculos para el desarrollo de la
universidad no es únicamente la falta de recursos materiales, sino la cultura
docente autoritaria, representada en la figura del “cafredrático”: aquel profesor
que se cree dueño de la verdad, disfruta humillar a los estudiantes y utiliza
la intimidación como método pedagógico.
La persistencia de estas prácticas ha generado una
cultura del miedo y la exclusión, que desmotiva a los jóvenes, limita su aprendizaje
y perpetúa la desigualdad social. Frente a ello, la universidad no puede
continuar como espectadora pasiva. Es urgente replantear su misión y recuperar
su verdadero sentido: ser espacio de diálogo, pensamiento crítico y
emancipación social.
La educación superior debe formar profesionales
competentes, sí, pero sobre todo ciudadanos éticos y comprometidos con la
transformación del país. Como lo recuerda Paulo Freire (2005), “la educación
verdadera es praxis, reflexión y acción del hombre sobre el mundo para
transformarlo” (p. 84). La universidad que humilla, intimida y margina no transforma;
perpetúa la opresión.
De ahí que la conclusión principal de este trabajo es
clara: la UES necesita una renovación docente profunda, basada en la formación
pedagógica continua, la evaluación ética de su cuerpo docente, la vinculación
entre docencia, investigación y proyección social, y la revalorización de la
vocación de servicio.
El futuro de la Universidad de El Salvador dependerá de
su capacidad de romper con la soberbia y el autoritarismo, y de convertirse en
una institución abierta al diálogo, la innovación y la justicia social. Solo
así podrá cumplir con su misión histórica: ser la universidad del pueblo, al
servicio del pueblo y para la transformación del pueblo salvadoreño.
10. RESUMEN CRÍTICO FINAL
Este ensayo ha buscado analizar de manera crítica y
enérgica la situación de la Universidad de El Salvador, centrándose en uno de
sus males más persistentes: la soberbia docente y la figura del “cafredrático”,
que aún domina muchas aulas universitarias.
En la introducción, planteamos el problema central: el
atraso académico, científico y cultural de la UES, sostenido en gran medida por
docentes que se creen depositarios únicos del saber y que recurren a la
intimidación y la humillación como estrategia pedagógica.
En el desarrollo, fuimos desglosando este fenómeno:
Mostramos cómo el mito del docente omnisciente destruye
la motivación y genera bloqueos psicológicos en los estudiantes.
Analizamos la verdadera misión de la educación superior:
formar ciudadanos críticos y éticos, no solo técnicos.
Identificamos factores estructurales que explican el
atraso universitario: la herencia de un sistema educativo deficiente, la
desconexión entre docencia e investigación, el uso de la universidad como
trinchera de poder y la resistencia al cambio.
Denunciamos la cultura del miedo y la humillación como
prácticas normalizadas que traumatizan a los jóvenes y erosionan la confianza
en la institución.
Contrastamos dos visiones de la docencia: la rutinaria y
burocrática frente a la vocacional y transformadora.
Señalamos que la universidad que el país necesita en el
siglo XXI debe ser abierta, democrática, científica y comprometida con la
justicia social.
Finalmente, propusimos medidas de cambio: formación
pedagógica permanente, evaluación ética de los docentes, vinculación entre
docencia e investigación, innovación tecnológica y revalorización de la
vocación de servicio.
En la conclusión, destacamos que el mayor reto de la UES
no es únicamente financiero o material, sino cultural y ético. El desafío
radica en desterrar la mentalidad autoritaria y sustituirla por una pedagogía
del respeto, la motivación y la emancipación.
En síntesis, el ensayo afirma con claridad que la
universidad no puede seguir siendo un espacio de soberbia y miedo, sino que
debe convertirse en un hogar de esperanza, libertad y construcción de sueños.
La UES tiene en sus manos la posibilidad de renovarse y cumplir con su
verdadera misión histórica: ser la universidad del pueblo y para el pueblo, un
espacio de ciencia, cultura y transformación social.
Como recordaba Paulo Freire (1997), “la educación no es
neutral; sirve para la liberación o para la domesticación” (p. 92). El gran
reto de la Universidad de El Salvador es decidir de qué lado de la historia
quiere estar.
11. REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS.
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educativa. Siglo XXI Editores.
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SAN
SALVADOR, 20 DEAGOSTODE2025
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