martes, 19 de agosto de 2025

 

EL TIEMPO ES SAGRADO: LA DISCIPLINA COMO MOTOR DE TRANSFORMACIÓN NACIONAL

 

POR: MSc. JOSE ISRAEL VENTURA.

INTRODUCCIÓN

El mundo admira con razón el éxito alcanzado por naciones como Japón o Canadá. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a reflexionar en lo que realmente sostiene a esas sociedades: la disciplina, la constancia y el trabajo bien hecho.

 No se trata de magia, ni de una cuestión de azar, ni siquiera de simples recursos naturales. Se trata de un ethos cultural cimentado en la perseverancia y el respeto al tiempo, al orden y a las reglas. Mientras tanto, en países como El Salvador, seguimos atrapados en una cultura de la improvisación, la impuntualidad, la falta de compromiso y, sobre todo, en una peligrosa normalización de la indisciplina.

 En este texto propongo una reflexión crítica: sin disciplina no hay desarrollo posible. Por más que hablemos de inteligencia, de talento natural, de creatividad e incluso de reformas económicas o políticas, todo queda en el aire si no existe una cultura sólida de constancia y cumplimiento.

En este documento narro la experiencia personal que tuve cuando viajé hace muchos años al Canadá. En sociedades como la canadiense, diez minutos de retraso son suficientes para quedar fuera de cualquier proyecto, mientras que en la nuestra, llegar tarde es “normal”, pedir favores para que nos esperen es “comprensible” y la mediocridad se aplaude en nombre de la “viveza criolla”.

Pero esa viveza criolla es justamente lo que nos mantiene como un país atrapado en el subdesarrollo. Los grandes discursos sobre modernización, democracia o competitividad se convierten en humo cuando los engranajes de la vida social, económica y política se oxidan bajo la corrosión de la indisciplina colectiva.

Por eso urge poner en el centro del debate educativo, político y cultural el tema de la disciplina, sin temor a que nos tilden de “autoritarios” o “represivos”. Porque la realidad es clara: los pueblos que rechazan la disciplina están condenados al fracaso histórico.

I. EL MITO DE LOS RECURSOS NATURALES Y LA VERDADERA RIQUEZA

El desarrollo no depende de tener territorios vastos o abundantes riquezas minerales. Japón es el ejemplo más evidente: un país pequeño, sin grandes recursos, pero convertido en potencia mundial gracias a su cultura de trabajo y disciplina. Mientras tanto, naciones latinoamericanas con riquezas petroleras, mineras, agrícolas y acuíferas permanecen hundidas en el atraso.

¿Por qué sucede esto? Porque los recursos materiales, sin disciplina, se convierten en botín de corrupción, en excusa para la pereza o en fuente de dependencia externa. Lo hemos visto en Venezuela con el petróleo, en Bolivia con el gas y en El Salvador con las remesas: la abundancia relativa mal administrada se vuelve una droga que adormece a la sociedad. En cambio, la disciplina es la riqueza inagotable que multiplica cualquier recurso, incluso los más escasos.

II. DISCIPLINA VS. INTELIGENCIA: UNA LECCIÓN INCÓMODA

La sentencia japonesa —“la disciplina tarde o temprano superará a la inteligencia”— es un golpe directo a nuestra cultura latinoamericana, acostumbrada a endiosar al “vivo”, al “inteligente”, al “que se las sabe todas”.

Pero, ¿de qué sirve esa inteligencia sin constancia? La experiencia demuestra que los más brillantes terminan estancados si no son capaces de sostener un esfuerzo prolongado.

El Salvador está plagado de ejemplos: estudiantes talentosos que nunca concluyen una carrera por falta de disciplina, profesionales que desperdician sus capacidades por falta de constancia, políticos que tienen “visión” pero jamás cumplen plazos, y ciudadanos que se llenan la boca de excusas para justificar su falta de puntualidad o responsabilidad.

La disciplina no es represión, como intentan hacer creer algunos sectores, sino liberación del potencial humano. Quien no logra dominar sus hábitos está condenado a la mediocridad.

III. LA EDUCACIÓN: FÁBRICA DE INDISCIPLINA O SEMILLERO DE DISCIPLINA

La cultura de la indisciplina adquirida desde el sistema educativo es, sin lugar a dudas, la raíz del problema. Durante décadas, las escuelas salvadoreñas han producido generaciones acostumbradas al desorden: maestros que no llegan puntuales, estudiantes que entregan trabajos tarde, autoridades que toleran la mediocridad y hasta justifican el ausentismo. La excusa de la “flexibilidad” se convirtió en sinónimo de permisividad y dejadez.

En lugar de formar ciudadanos responsables y comprometidos, la educación ha perpetuado una cultura de la procrastinación. Y lo peor: se ha normalizado. El estudiante que exige puntualidad es “cuadrado”, el docente que pide disciplina es “represivo” y el trabajador que cumple con su horario es visto como “ingenuo”. Esta mentalidad es veneno para cualquier proyecto de país.

IV. LAS EXPERIENCIAS DE CANADÁ: UN ESPEJO QUE INCOMODA

Las dos experiencias vividas en Canadá después de muchos años retratan el abismo cultural que nos separa. En la primera, se me negó la entrada a una reunión por llegar diez minutos tarde; en la segunda, se dejó atrás a un grupo de salvadoreños que llegó después de la hora de salida hacia las cataratas del Niágara.

Lejos de ser un acto de crueldad, estas experiencias son una lección que aprendí; comprendí que el tiempo es sagrado, la organización es innegociable y la disciplina está por encima de las excusas personales. Esa es la diferencia entre una sociedad que avanza y una que se queda atrapada en el atraso.

Mientras en Canadá la puntualidad es un principio básico de convivencia, en El Salvador llegar tarde es motivo de chiste, de tolerancia o incluso de orgullo. Esta diferencia cultural explica en buena medida la distancia abismal en los niveles de desarrollo.

V. SIN DISCIPLINA NO HAY TRANSFORMACIÓN NACIONAL

 En este documento lo planteo con claridad: “Sin disciplina no hay desarrollo, no hay mística, no hay organización, orden ni compromiso. El Salvador necesita entender de una vez por todas que ningún plan de gobierno, ninguna reforma educativa, ninguna inversión extranjera tendrá éxito si no se cambia la mentalidad social respecto a la disciplina.

Los países que progresan son aquellos que logran que cada ciudadano, desde el más humilde hasta el más poderoso, entienda que el tiempo y la constancia son valores sagrados. El atraso nacional no es cuestión de suerte, ni de falta de recursos, sino de una cultura permisiva con la mediocridad.

CONCLUSIÓN

El documento pretende dejar claro: la disciplina es la clave olvidada del desarrollo. Japón y Canadá lo demuestran, mientras que El Salvador arrastra las cadenas de la indisciplina histórica. No es casualidad que sigamos siendo un país subdesarrollado: hemos confundido la “viveza” con inteligencia, la “flexibilidad” con mediocridad y la “astucia” con progreso.

Si queremos un verdadero cambio, debemos iniciar por la raíz: la disciplina en las aulas, en los hogares, en los lugares de trabajo y en la política. No se trata de una imposición militar, sino de un cambio cultural profundo.

REFLEXIÓN FINAL

La lección es clara y dolorosa: los pueblos que rechazan la disciplina están condenados a la irrelevancia histórica. La pregunta que debemos hacernos como salvadoreños es si queremos seguir atrapados en el círculo vicioso de la indisciplina, el atraso y la mediocridad, o si estamos dispuestos a asumir la incomodidad de la disciplina para conquistar el futuro.

El reloj corre. Japón y Canadá ya tomaron su camino hace muchísimos años. Nosotros seguimos discutiendo excusas. La decisión está en nuestras manos: ser un pueblo disciplinado que avanza o un país indisciplinado que se hunde.

 

 

 

 

SAN SALVADOR, 19 DE AGOSTO DE 2025

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