EL TIEMPO ES SAGRADO: LA DISCIPLINA COMO MOTOR DE
TRANSFORMACIÓN NACIONAL
POR: MSc. JOSE ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
El mundo admira con razón el éxito alcanzado por naciones
como Japón o Canadá. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a reflexionar en lo
que realmente sostiene a esas sociedades: la disciplina, la constancia y el
trabajo bien hecho.
No se trata de
magia, ni de una cuestión de azar, ni siquiera de simples recursos naturales.
Se trata de un ethos cultural cimentado en la perseverancia y el respeto al
tiempo, al orden y a las reglas. Mientras tanto, en países como El Salvador,
seguimos atrapados en una cultura de la improvisación, la impuntualidad, la
falta de compromiso y, sobre todo, en una peligrosa normalización de la indisciplina.
En este texto propongo
una reflexión crítica: sin disciplina no hay desarrollo posible. Por más que
hablemos de inteligencia, de talento natural, de creatividad e incluso de
reformas económicas o políticas, todo queda en el aire si no existe una cultura
sólida de constancia y cumplimiento.
En este documento narro la experiencia personal que tuve
cuando viajé hace muchos años al Canadá. En sociedades como la canadiense, diez
minutos de retraso son suficientes para quedar fuera de cualquier proyecto, mientras que en la nuestra, llegar tarde
es “normal”, pedir favores para que nos esperen es “comprensible” y la
mediocridad se aplaude en nombre de la “viveza criolla”.
Pero esa viveza criolla es justamente lo que nos mantiene
como un país atrapado en el subdesarrollo. Los grandes discursos sobre
modernización, democracia o competitividad se convierten en humo cuando los
engranajes de la vida social, económica y política se oxidan bajo la corrosión
de la indisciplina colectiva.
Por eso urge poner en el centro del debate educativo,
político y cultural el tema de la disciplina, sin temor a que nos tilden de
“autoritarios” o “represivos”. Porque la realidad es clara: los pueblos que
rechazan la disciplina están condenados al fracaso histórico.
I. EL MITO DE LOS RECURSOS NATURALES Y LA VERDADERA
RIQUEZA
El desarrollo no depende de tener territorios vastos o
abundantes riquezas minerales. Japón es el ejemplo más evidente: un país
pequeño, sin grandes recursos, pero convertido en potencia mundial gracias a su
cultura de trabajo y disciplina. Mientras tanto, naciones latinoamericanas con
riquezas petroleras, mineras, agrícolas y acuíferas permanecen hundidas en el
atraso.
¿Por qué sucede esto? Porque los recursos materiales, sin
disciplina, se convierten en botín de corrupción, en excusa para la pereza o en
fuente de dependencia externa. Lo hemos visto en Venezuela con el petróleo, en
Bolivia con el gas y en El Salvador con las remesas: la abundancia relativa
mal administrada se vuelve una droga que adormece a la sociedad. En cambio, la
disciplina es la riqueza inagotable que multiplica cualquier recurso, incluso
los más escasos.
II. DISCIPLINA VS. INTELIGENCIA: UNA LECCIÓN INCÓMODA
La sentencia japonesa —“la disciplina tarde o temprano
superará a la inteligencia”— es un golpe directo a nuestra cultura
latinoamericana, acostumbrada a endiosar al “vivo”, al “inteligente”, al “que
se las sabe todas”.
Pero, ¿de qué sirve esa inteligencia sin constancia? La
experiencia demuestra que los más brillantes terminan estancados si no son
capaces de sostener un esfuerzo prolongado.
El Salvador está plagado de ejemplos: estudiantes
talentosos que nunca concluyen una carrera por falta de disciplina,
profesionales que desperdician sus capacidades por falta de constancia,
políticos que tienen “visión” pero jamás cumplen plazos, y ciudadanos que se
llenan la boca de excusas para justificar su falta de puntualidad o
responsabilidad.
La disciplina no es represión, como intentan hacer creer
algunos sectores, sino liberación del potencial humano. Quien no logra dominar
sus hábitos está condenado a la mediocridad.
III. LA EDUCACIÓN: FÁBRICA DE INDISCIPLINA O SEMILLERO DE
DISCIPLINA
La cultura de la indisciplina adquirida desde el sistema
educativo es, sin lugar a dudas, la raíz del problema. Durante décadas, las escuelas salvadoreñas han producido
generaciones acostumbradas al desorden: maestros que no llegan puntuales,
estudiantes que entregan trabajos tarde, autoridades que toleran la mediocridad
y hasta justifican el ausentismo. La excusa de la “flexibilidad” se convirtió
en sinónimo de permisividad y dejadez.
En lugar de formar ciudadanos responsables y
comprometidos, la educación ha perpetuado una cultura de la procrastinación. Y
lo peor: se ha normalizado. El estudiante que exige puntualidad es “cuadrado”,
el docente que pide disciplina es “represivo” y el trabajador que cumple con
su horario es visto como “ingenuo”. Esta mentalidad es veneno para cualquier
proyecto de país.
IV. LAS EXPERIENCIAS DE CANADÁ: UN ESPEJO QUE INCOMODA
Las dos experiencias vividas en Canadá después de muchos
años retratan el abismo cultural que nos separa. En la primera, se me negó la
entrada a una reunión por llegar diez minutos tarde; en la segunda, se dejó
atrás a un grupo de salvadoreños que llegó después de la hora de salida hacia
las cataratas del Niágara.
Lejos de ser un acto de crueldad, estas experiencias son
una lección que aprendí; comprendí que el tiempo es sagrado, la organización es
innegociable y la disciplina está por encima de las excusas personales. Esa es
la diferencia entre una sociedad que avanza y una que se queda atrapada en el
atraso.
Mientras en Canadá la puntualidad es un principio básico
de convivencia, en El Salvador llegar tarde es motivo de chiste, de tolerancia
o incluso de orgullo. Esta diferencia cultural explica en buena medida la
distancia abismal en los niveles de desarrollo.
V. SIN DISCIPLINA NO HAY TRANSFORMACIÓN NACIONAL
En este documento
lo planteo con claridad: “Sin disciplina no hay desarrollo, no hay mística, no
hay organización, orden ni compromiso. El Salvador necesita entender de una vez
por todas que ningún plan de gobierno, ninguna reforma educativa, ninguna
inversión extranjera tendrá éxito si no se cambia la mentalidad social respecto
a la disciplina.
Los países que progresan son aquellos que logran que cada
ciudadano, desde el más humilde hasta el más poderoso, entienda que el tiempo y
la constancia son valores sagrados. El atraso nacional no es cuestión de
suerte, ni de falta de recursos, sino de una cultura permisiva con la
mediocridad.
CONCLUSIÓN
El documento pretende dejar claro: la disciplina es la
clave olvidada del desarrollo. Japón y Canadá lo demuestran, mientras que El
Salvador arrastra las cadenas de la indisciplina histórica. No es casualidad
que sigamos siendo un país subdesarrollado: hemos confundido la “viveza” con
inteligencia, la “flexibilidad” con mediocridad y la “astucia” con progreso.
Si queremos un verdadero cambio, debemos iniciar por la
raíz: la disciplina en las aulas, en los hogares, en los lugares de trabajo y
en la política. No se trata de una imposición militar, sino de un cambio
cultural profundo.
REFLEXIÓN FINAL
La lección es clara y dolorosa: los pueblos que rechazan
la disciplina están condenados a la irrelevancia histórica. La pregunta que
debemos hacernos como salvadoreños es si queremos seguir atrapados en el
círculo vicioso de la indisciplina, el atraso y la mediocridad, o si estamos
dispuestos a asumir la incomodidad de la disciplina para conquistar el futuro.
El reloj corre. Japón y Canadá ya tomaron su camino hace muchísimos
años. Nosotros seguimos discutiendo excusas. La decisión está en nuestras manos:
ser un pueblo disciplinado que avanza o un país indisciplinado que se hunde.
SAN SALVADOR, 19 DE AGOSTO DE 2025