“QUE NO ENTRE A
LA UNIVERSIDAD QUIEN NO QUIERA APRENDER: UN LLAMADO A LA UNIVERSIDAD
SALVADOREÑA”
POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.
1. INTRODUCCIÓN:
Vivimos en una época en que la universidad —en particular
la salvadoreña— se enfrenta a una encrucijada histórica: seguir siendo un
espacio que se limita a reproducir títulos profesionales o transformarse en un
auténtico motor de aprendizaje crítico y de investigación. Nunca antes había
sido tan urgente sincerarnos con nosotros mismos y formularnos interrogantes
que iluminen la verdadera naturaleza de nuestra labor docente. ¿Qué significa
enseñar en el siglo XXI? ¿Qué buscan los estudiantes al ingresar a la
universidad? ¿Se acercan a las aulas con un deseo genuino de aprender, o
simplemente persiguen un título que los coloque en un mercado laboral cada vez
más competitivo y desigual?
El contexto nacional no es menor. En El Salvador, la
universidad pública ha cargado históricamente con el peso de formar
profesionales que respondan a las necesidades sociales más apremiantes. Sin
embargo, en demasiadas ocasiones, tanto docentes como estudiantes se han dejado
arrastrar por inercias institucionales que han convertido la experiencia
universitaria en un ritual burocrático: inscribirse, aprobar materias, acumular
créditos y, al final, obtener un diploma.
Este fenómeno no es exclusivo de nuestro país, pero
adquiere una expresión particular debido a las profundas desigualdades sociales
y a la falta de políticas educativas coherentes y sostenidas.
La anécdota vivida en el año 2007, cuando un grupo de
jóvenes de primer ciclo de la carrera de Odontología respondió que su principal
motivación para estudiar era el dinero, el prestigio o simplemente aprobar
exámenes, no es un hecho aislado. Refleja un patrón cultural más amplio: una
educación que ha perdido su centro. En lugar de fomentar la curiosidad, la
investigación y la creatividad, parece reforzar el conformismo y la lógica del
mínimo esfuerzo. Este fenómeno confirma lo que Paulo Freire (1970) denominó
“educación bancaria”: un sistema donde el conocimiento se deposita en los
estudiantes como si fueran recipientes vacíos, en lugar de generar procesos
dialógicos y emancipadores.
La situación nos obliga a replantearnos preguntas de
fondo: ¿para qué existe la universidad? ¿Para formar ciudadanos críticos
capaces de transformar la sociedad o para producir profesionales “de cartón”,
desconectados de la realidad social y atrapados en la lógica del prestigio
individual? En este sentido, la frase atribuida a Platón que adornaba la
entrada de su Academia —“Que no entre aquí nadie que no sepa geometría”—
adquiere una vigencia renovada. Hoy podríamos traducirla como: “Que no entre a la
universidad quien no tenga el deseo de aprender, investigar y transformar”.
Además, en un mundo atravesado por la digitalización, la
inteligencia artificial y la globalización de los saberes, el desafío no es
menor. Ya no basta con aprobar exámenes ni memorizar contenidos. Como advierte
Edgar Morin (2000), el reto de la educación contemporánea es enseñar a pensar
en la complejidad, a interconectar saberes y a enfrentar la incertidumbre. La
universidad salvadoreña, sin embargo, aún se aferra a planes de estudio
elaborados hace medio siglo, que responden más a los intereses de un régimen
militar que a las necesidades de una sociedad democrática y cambiante.
Por ello, este ensayo busca analizar críticamente la
orientación actual de la educación universitaria, partiendo de una experiencia
concreta vivida en el aula para elevarla a un plano más amplio de reflexión. A
lo largo de los apartados se examinará el espejismo del prestigio económico y
social, el abandono de la investigación, la indiferencia docente, las contradicciones
institucionales y los desafíos que enfrentamos en el siglo XXI. Al mismo
tiempo, se propondrán alternativas para transformar la universidad en un
espacio de formación sólida, con valores, disciplina y compromiso social.
Estamos, en definitiva, frente a una disyuntiva: o
seguimos complacidos con un modelo educativo que produce títulos sin sustancia,
o asumimos el reto de construir una universidad que enseñe a pensar, a
investigar y a comprometerse con la sociedad. Este ensayo pretende aportar,
desde la crítica y la reflexión, algunas luces para esa tarea impostergable.
2. LA ANÉCDOTA DE 2007: ESPEJISMO DE STATUS Y TÍTULOS
Corría el año 2007. Era el inicio del primer ciclo en la
Facultad de Odontología de la Universidad de El Salvador. Como docente, me
correspondía dar la bienvenida a un grupo de jóvenes que apenas comenzaban su
recorrido universitario en la carrera de Cirugía Dental. Para romper el hielo y
propiciar un ambiente de confianza, formulé dos preguntas sencillas, aunque
cargadas de significado. La primera fue: ¿Por qué has escogido esta carrera?
Las respuestas fueron casi unánimes: “porque da mucho
dinero”, “porque otorga prestigio”, “porque garantiza status”. Solo dos
estudiantes respondieron con una motivación distinta: “porque queremos aportar
algo al país”. Esa minoría contrastaba con la mayoría, cuya visión de la
universidad estaba reducida a un medio para alcanzar reconocimiento social y
estabilidad económica.
La segunda pregunta fue aún más reveladora: ¿Cuál es tu
máxima meta en los ocho años que dura tu carrera? ¿Qué es lo que quieres
aprender? La mayoría, en coro, respondió: “mi meta es sacar el título, pasar
los exámenes y aprobar las materias”. La simplicidad de la respuesta me dejó
perplejo. No hablaban de aprender, de investigar, de ser mejores profesionales,
de desarrollar capacidades humanas y científicas. Hablaban de un trámite. Para
ellos, la universidad era una estación de paso hacia un papel que certificara
su ingreso al mundo profesional.
Como parte de la dinámica, les entregué a los estudiantes
un papel con una consigna: reunirse en grupos de cinco y discutir el
significado de tres palabras: enseñar, educar y aprender. La tarea consistía en
investigar en la biblioteca, contrastar fuentes y presentar sus hallazgos en la
siguiente clase. Sin embargo, cuando llegó el día de la exposición, mi sorpresa
fue mayúscula: de doce grupos, apenas tres habían investigado. El resto llegó
con excusas o con una pregunta que resume una actitud muy presente en nuestras
aulas: “¿Profe, el trabajo va a ser evaluado?”.
Esa simple interrogante, aparentemente inocente, escondía
un profundo malestar pedagógico: los estudiantes no buscaban aprender por
aprender, sino solo cumplir con lo que fuera necesario para obtener una nota.
Lo que no se evalúa, no se hace; lo que no suma puntos en el examen, no
interesa. De manera inconsciente, se confirmaba lo que Paulo Freire (1970)
había señalado décadas atrás: en la “educación bancaria”, el estudiante no es
un sujeto activo del conocimiento, sino un receptor pasivo que solo responde a
estímulos externos.
Cuando compartí la experiencia con colegas de la
Facultad, la indiferencia fue la respuesta predominante. Nadie pareció
escandalizarse ni preocuparse por lo sucedido. Algunos lo tomaron como algo
normal, como parte de la rutina docente. Esa falta de reacción también me
interpeló: ¿nos hemos acostumbrado tanto a la mediocridad académica que ya no
nos incomoda?
De esa vivencia nació una pregunta que, con los años, se
ha vuelto más urgente: ¿realmente los estudiantes van a la universidad con el
deseo de aprender, o simplemente buscan aprobar exámenes y obtener un título.
La anécdota, aunque particular, refleja un fenómeno estructural. El estudiante
promedio ha interiorizado la idea de que la universidad no es un espacio de
investigación ni de formación crítica, sino un trámite social para escalar
posiciones.
La situación me recordó la célebre frase atribuida a
Platón en la entrada de la Academia: “Que no entre aquí nadie que no sepa
geometría”. Hoy, esa máxima podría resignificarse en términos contemporáneos:
“Que no entre a la universidad quien no venga a aprender y a investigar”.
Porque sin esas dos actitudes fundamentales, todo proceso formativo se vacía de
sentido y la universidad se convierte en una simple fábrica de títulos. Como lo
expresó en alguna ocasión Mario Bunge “Las universidades latinoamericanas son
fábricas de diplomas. El filósofo
argentino considera que el objetivo de la educación no es evaluar la capacidad
de memorizar para rendir exámenes, sino aprender resolviendo problemas,
investigando y buscando información. ( Entrevista a Mario Bunge. Por Ramiro
Pellet Diario la Naciòn)
Este episodio es una radiografía de un problema mayor: la
educación superior en El Salvador, en gran medida, ha sido reducida a un
espejismo de status y títulos. La idea de prestigio y ascenso social desplaza
la verdadera vocación del conocimiento: investigar, cuestionar y transformar.
Lo más grave es que tanto estudiantes como docentes parecen resignados a esta
lógica, sin advertir que se trata de un círculo vicioso que condena a la
universidad a la irrelevancia.
3. LA UNIVERSIDAD COMO ESPACIO DE FORMACIÓN CRÍTICA O
SIMPLE FÁBRICA DE TÍTULOS
La universidad, desde su origen medieval en Bolonia y
París, fue concebida como un espacio donde la comunidad académica —maestros y
estudiantes— se reunía para buscar la verdad, discutirla y someterla a debate. En
ese sentido, representaba un lugar de libertad intelectual, un escenario para
el pensamiento crítico y la formación integral. Sin embargo, en nuestras
realidades latinoamericanas y, en particular, en El Salvador, este ideal parece
haberse desdibujado.
La universidad, en lugar de ser un motor de
transformación social, corre el riesgo de convertirse en una fábrica de
títulos: un lugar donde lo que importa no es lo que se aprende, sino el
certificado que se obtiene al final del camino.
La experiencia narrada en 2007 es apenas un reflejo de
esta tendencia. Los estudiantes que priorizan el título sobre el aprendizaje
reproducen una visión pragmática de la universidad, donde el conocimiento se
reduce a una moneda de cambio en el mercado laboral.
No se estudia para comprender, para investigar, para
aportar al país, sino para asegurarse un lugar en la competencia social. Es la
lógica del capital simbólico descrita por Bourdieu (1997): el título académico
funciona como un recurso de prestigio, un sello de diferenciación social, más
allá de las competencias reales que posea el graduado.
Ahora bien, ¿cómo llegamos a este punto? La respuesta es
compleja, pero podemos señalar tres factores principales:
3.1. La educación bancaria y la pasividad estudiantil
Como bien lo describió Paulo Freire (1970), nuestro
sistema educativo se ha estructurado sobre un modelo “bancario”, en el que el
docente deposita información en los estudiantes, quienes solo esperan recibirla
y reproducirla en los exámenes. Este esquema genera pasividad, desinterés y
falta de compromiso con la investigación. No sorprende, entonces, que los
jóvenes de la anécdota preguntaran: “¿Profe, el trabajo va a ser evaluado?”. Si
no hay nota de por medio, no hay motivación.
3.2. La precariedad institucional y los planes de estudio
obsoletos
En la Universidad de El Salvador, buena parte de los
programas académicos aún conservan planes de estudio elaborados en la década de
1970, en plena intervención militar. Estos planes respondían más a un afán de
control ideológico que a una visión de desarrollo científico y social. Así,
muchos docentes se limitan a repetir manuales anticuados, y los estudiantes, a
memorizar sin cuestionar. En este contexto, la investigación se vuelve marginal
y la formación crítica, casi imposible.
3.3. El mercado laboral como horizonte de sentido
En sociedades desiguales como la salvadoreña, obtener un
título universitario se percibe como la llave para acceder a empleos mejor
remunerados. El problema no es aspirar a un mejor nivel de vida —algo
absolutamente legítimo—, sino reducir la experiencia universitaria a un simple
trámite burocrático para obtener ese documento. Cuando el título se convierte
en el fin último, el aprendizaje deja de ser importante, y la universidad se transforma
en una empresa certificadora en lugar de un espacio de creación de
conocimiento.
La contradicción universitaria: crítica vs. reproducción
La paradoja es evidente: mientras los discursos
institucionales hablan de formar profesionales críticos, éticos y comprometidos
con la sociedad, la práctica cotidiana de las aulas tiende a reproducir un
modelo de acomodamiento y conformismo. Se estudia para aprobar, se enseña para
cumplir programas, se investiga poco o nada, y lo que menos importa es el
impacto social del conocimiento.
Este fenómeno no es exclusivo de El Salvador. El sociólogo chileno José Joaquín Brunner (2015) señala que muchas universidades latinoamericanas han adoptado una lógica de “mercantilización de la educación”, donde la matrícula, la retención y la graduación se convierten en indicadores de éxito institucional, desplazando a la investigación y a la formación crítica. En este marco, el estudiante se convierte en cliente y el profesor en proveedor de servicios académicos, rompiendo con el espíritu original de la universidad como comunidad de aprendizaje.
La urgencia de rescatar la universidad crítica
Frente a este panorama, urge preguntarse: ¿Qué tipo de
universidad necesitamos en El Salvador? ¿Una que produzca títulos en masa, sin importar
la calidad, o una que forme ciudadanos críticos capaces de transformar la
realidad? La respuesta parece obvia, pero la práctica demuestra lo contrario.
Recuperar el carácter crítico de la universidad implica,
en primer lugar, replantear la misión institucional. No basta con repetir
eslóganes sobre “excelencia académica” o “compromiso social”. Es necesario que
cada plan de estudio, cada curso y cada proyecto de investigación estén
orientados a desarrollar la capacidad de los estudiantes para pensar por sí
mismos, cuestionar lo establecido y generar conocimiento útil para la sociedad.
Como lo advierte Edgar Morin (2000), la educación del
futuro no puede limitarse a transmitir saberes fragmentados, sino que debe
enseñar a enfrentar la complejidad del mundo.
En segundo lugar, se requiere un cambio profundo en la
mentalidad de docentes y estudiantes. Los profesores deben dejar de concebir su
rol como simples repetidores de información y asumir el desafío de ser guías
intelectuales que acompañan procesos de descubrimiento. Por su parte, los
estudiantes deben comprender que la universidad no es un trámite, sino una
oportunidad irrepetible para construir conocimiento y comprometerse con el
destino del país.
Conclusión parcial del apartado
La universidad salvadoreña se encuentra atrapada entre
dos lógicas: la de la formación crítica y la de la reproducción burocrática.
Mientras la primera busca formar profesionales comprometidos y capaces de
transformar la sociedad, la segunda se limita a entregar títulos sin sustancia,
alimentando un ciclo de mediocridad. El reto está en decidir de qué lado
queremos estar.
4. EL ESPEJISMO DEL PRESTIGIO SOCIAL Y ECONÓMICO
Uno de los fenómenos más recurrentes en la educación
universitaria salvadoreña es la percepción de que la carrera elegida debe ser,
ante todo, una puerta de acceso al prestigio social y a la seguridad económica.
Esta idea, que parece tan naturalizada entre los estudiantes y sus familias,
constituye en realidad un espejismo: una ilusión que oculta las contradicciones
más profundas del sistema educativo y del modelo de sociedad en el que vivimos.
La anécdota de 2007 lo confirma con claridad. La mayoría
de los jóvenes de primer ciclo de Odontología afirmaban haber elegido esa
carrera no por vocación científica o por deseo de contribuir al bienestar
colectivo, sino porque “se gana dinero” y “da prestigio”. Estas respuestas no
son producto de la casualidad, sino de un imaginario social en el que el éxito
académico se mide en dólares y estatus.
4.1. El título como símbolo de ascenso social
En un país marcado por profundas desigualdades, el título
universitario se convierte en un símbolo de movilidad social.
Las familias
invierten sus escasos recursos en la educación superior de sus hijos con la
esperanza de que, una vez graduados, alcancen un mejor nivel de vida. Esto, en
sí mismo, es legítimo. El problema surge cuando el título deja de ser un medio
y se convierte en un fin en sí mismo.
En palabras de Bourdieu (1997), el título académico
funciona como “capital simbólico”: otorga reconocimiento social más allá de las
competencias reales adquiridas. Así, no importa tanto lo que el estudiante sepa
o sea capaz de hacer, sino que posea un papel que lo diferencie de quienes no
accedieron a la universidad. Este fenómeno alimenta una carrera ciega hacia el
estatus, en la que el aprendizaje profundo y la investigación pierden
relevancia.
4.2. El prestigio como motivación equivocada
La búsqueda del prestigio social genera múltiples efectos
nocivos. En primer lugar, instala en los estudiantes una mentalidad
utilitarista: estudian no para crecer intelectualmente, sino para aparecer como
exitosos ante los demás. En segundo lugar, produce frustración, pues la
realidad del mercado laboral salvadoreño dista mucho de las expectativas
creadas. Muchos graduados, incluso con títulos de prestigio, se enfrentan al
desempleo o a trabajos mal remunerados. El espejismo se rompe, pero el daño ya
está hecho: la universidad fue vivida como una transacción, no como una
experiencia transformadora.
El filósofo español Fernando Savater (1997) advierte que
reducir la educación a una estrategia de ascenso social es empobrecerla.
La verdadera riqueza de la educación radica en formar
ciudadanos libres y críticos, no en fabricar profesionales que persiguen
únicamente reconocimiento. Cuando la motivación es el prestigio, la vocación
desaparece, y con ella la posibilidad de ejercer la profesión con ética y
compromiso social.
4.3. La lógica del mercado y el estudiante-cliente
A esta situación se suma la influencia del modelo
neoliberal en la educación. La mercantilización de la enseñanza superior
convierte al estudiante en un “cliente” que paga por un servicio cuyo producto
final es el título. Bajo esta lógica, las universidades, tanto públicas como
privadas, se ven presionadas a priorizar indicadores como el número de
egresados o las tasas de titulación, en lugar de la calidad del aprendizaje.
Autores como Slaughter y Rhoades (2004) llaman a este
fenómeno “capitalismo académico”: la subordinación de la educación superior a
las reglas del mercado. En este contexto, el prestigio y el dinero se
convierten en los verdaderos motores de la experiencia universitaria, desplazando
la investigación, la innovación y la reflexión crítica.
4.4. El contraste con las motivaciones auténticas
Resulta revelador que, en la anécdota de 2007, solo dos
estudiantes respondieran que su motivación era “aportar al país”. Aunque
minoritaria, esa respuesta refleja la vocación auténtica que debería orientar
toda carrera universitaria: el deseo de servir, de investigar, de contribuir al
desarrollo colectivo. Sin embargo, estas motivaciones quedan opacadas por la
presión social y cultural que glorifica el prestigio económico.
Aquí se hace evidente una tensión fundamental: ¿qué clase
de profesionales queremos formar? ¿Individuos obsesionados con el estatus, o
ciudadanos comprometidos con su sociedad? Mientras no se resuelva esta
contradicción, la universidad seguirá atrapada en el espejismo del prestigio,
formando generaciones que confunden el éxito personal con la misión social de
su profesión.
Conclusión parcial del apartado
El prestigio social y el beneficio económico son
motivaciones poderosas, pero insuficientes para sostener un proyecto
universitario serio y transformador. Cuando se convierten en el centro de la
experiencia educativa, desplazan la verdadera esencia del conocimiento: la
búsqueda de la verdad, la investigación y el compromiso con la sociedad. El
desafío es, entonces, desmontar el espejismo y devolver a la universidad su
misión original: formar personas críticas, solidarias y disciplinadas, capaces
de contribuir a un país que necesita más vocación y menos vanidad.
5. LA INVESTIGACIÓN OLVIDADA: ENTRE BIBLIOTECAS VACÍAS Y
CURIOSIDAD DORMIDA
Si algo dejó en evidencia la anécdota vivida en 2007 fue
la ausencia de hábito investigativo en los estudiantes universitarios. La tarea
era sencilla: consultar en la biblioteca el significado de tres palabras
fundamentales en la vida académica —enseñar, educar y aprender— y luego exponer
sus hallazgos en clase. Sin embargo, de doce grupos, apenas tres cumplieron con
la consigna. El resto optó por la indiferencia o la excusa. La pregunta de
varios estudiantes fue lapidaria: “¿Y el trabajo va a ser evaluado?”.
Esa respuesta, aparentemente trivial, encierra una verdad
dolorosa: el aprendizaje y la investigación solo se realizan si están ligados a
una nota, a un puntaje, a una calificación cuantitativa. Lo que no se evalúa se
percibe como inútil. En consecuencia, la curiosidad natural que debería animar
la vida universitaria se encuentra atrofiada.
5.1. La biblioteca como símbolo olvidado
Las bibliotecas universitarias, en teoría, deberían ser
los templos del conocimiento. No obstante, en la práctica, en muchas facultades
de la Universidad de El Salvador, permanecen vacías o desactualizadas. En lugar
de ser espacios de descubrimiento, se convierten en depósitos de libros
polvorientos a los que pocos estudiantes recurren.
El filósofo y pedagogo John Dewey (1916) sostenía que la
educación debe basarse en la experiencia activa del estudiante y en la
indagación constante. Sin embargo, en nuestras aulas, predomina lo contrario:
una enseñanza memorística que no estimula el deseo de investigar. Por ello,
cuando se pide a los estudiantes buscar por sí mismos, la reacción inmediata es
el rechazo o la apatía.
5.2. La lógica de la inmediatez
La cultura contemporánea, marcada por la digitalización y
el acceso rápido a información en internet, también ha contribuido a debilitar
el hábito investigativo. ¿Por qué ir a la biblioteca cuando basta con una
búsqueda en Google? El problema no es el acceso a la tecnología, sino la falta
de criterio crítico para discernir entre información confiable y superficial.
Como advierte Nicholas Carr (2010) en The Shallows, la
lectura digital fragmentada tiende a reducir la capacidad de concentración y
análisis profundo. En este contexto, los estudiantes prefieren respuestas
rápidas antes que un proceso investigativo riguroso. La universidad, sin
embargo, no ha sabido adaptarse a esta realidad y sigue confundiendo acceso a
la información con capacidad investigadora.
5.3. La indiferencia docente
La falta de hábito investigativo en los estudiantes no
puede explicarse sin mencionar la indiferencia de muchos docentes. Cuando
compartí la experiencia con mis colegas, la mayoría la recibió como algo
normal, sin mayor escándalo. Esa indiferencia revela un problema más profundo:
si los mismos docentes no valoran la investigación, difícilmente podrán
transmitir su importancia a los estudiantes.
El sociólogo Boaventura de Sousa Santos (2005) señala que
las universidades latinoamericanas han padecido una crisis de legitimidad
porque han dejado de cumplir una de sus funciones esenciales:
la producción de conocimiento original. En lugar de
generar investigación pertinente, muchas se han limitado a repetir saberes
importados, alejados de las necesidades locales.
5.4. La curiosidad dormida
La pregunta de fondo es: ¿Qué ha pasado con la
curiosidad? Todo ser humano, desde niño, nace con una tendencia natural a
preguntar, explorar, experimentar. Sin embargo, nuestro sistema educativo ha
sofocado esa inquietud a fuerza de memorización y exámenes estandarizados. El
resultado es una juventud universitaria que asocia aprender con “cumplir
requisitos” en lugar de con descubrir lo desconocido.
La filósofa Martha Nussbaum (2010) advierte que cuando la educación sacrifica la curiosidad y las humanidades en nombre de la productividad inmediata, lo que se pierde es la capacidad de formar ciudadanos plenos y críticos. Este es precisamente el drama que vivimos: una universidad que no despierta preguntas, sino que adormece la mente.
Conclusión parcial del apartado
La escena de los grupos que no investigaron, salvo por
obligación de nota, no es anecdótica: es un síntoma estructural. La universidad
salvadoreña ha dejado de incentivar la investigación y ha permitido que la
curiosidad se duerma. Mientras las bibliotecas sigan vacías, los docentes
indiferentes y los estudiantes atrapados en la lógica del mínimo esfuerzo, la
universidad será un espacio donde el saber se reproduce sin alma. La gran tarea
es resucitar la curiosidad y devolver la investigación al corazón de la vida
académica.
6. DOCENTES ENTRE LA INDIFERENCIA Y EL COMPROMISO
TRANSFORMADOR
La escena de 2007 no solo evidenció la falta de
motivación investigativa en los estudiantes, sino también la reacción
indiferente de mis colegas docentes cuando compartí la experiencia. El hecho de
que la mayoría no se inmutara, ni mostrara preocupación por la apatía
estudiantil, refleja un problema estructural: la docencia universitaria
salvadoreña se encuentra atrapada entre dos polos. De un lado, la indiferencia
burocrática; del otro, el compromiso transformador que algunos pocos aún
mantienen con la misión crítica de la universidad.
6.1. El docente indiferente: reproducir sin cuestionar
El docente indiferente concibe su tarea como un empleo
rutinario: llega al aula, dicta la clase, repite contenidos aprendidos hace
años y luego se marcha. No le interesa si los estudiantes investigan, si
comprenden o si cuestionan. Lo único importante es cumplir con el programa y,
en última instancia, pasar lista y entregar calificaciones.
Este tipo de docente responde al modelo de lo que Paulo
Freire (1970) denomina la “educación bancaria”: el profesor deposita
información en los alumnos como si fueran cuentas vacías. Su misión no es
despertar preguntas ni promover el pensamiento crítico, sino transmitir un
saber estático que los estudiantes deben memorizar. La indiferencia se
convierte así en complicidad con un sistema que fomenta el conformismo y la
mediocridad.
6.2. El docente comprometido: educar para transformar
En contraposición, existe otro perfil: el docente
comprometido con la transformación. Este profesor entiende que su misión no es
solo transmitir información, sino formar personas. Sabe que enseñar implica
abrir horizontes, despertar curiosidad, sembrar valores y construir ciudadanía.
Como lo señala Fernando Savater (1997), educar no
consiste en llenar de datos a los alumnos, sino en enseñarles a pensar y a
vivir con dignidad. El docente comprometido asume que su trabajo tiene un
impacto más allá del aula: cada estudiante es un sujeto que puede convertirse
en profesional, ciudadano y ser humano íntegro, capaz de contribuir al
desarrollo de su comunidad.
El docente transformador no se conforma con la apatía
estudiantil; la enfrenta. Diseña metodologías activas, exige investigación,
conecta la teoría con la práctica, fomenta la reflexión crítica. Su compromiso
no radica en “cumplir” con un programa, sino en cambiar vidas.
6.3. El peso de la tradición y la falta de formación
docente
La docencia universitaria en El Salvador arrastra,
además, una debilidad estructural: la falta de formación pedagógica. Muchos
profesores son excelentes profesionales en sus áreas específicas —medicina,
derecho, odontología, ingeniería—, pero nunca recibieron formación docente.
Enseñan cómo les enseñaron, repitiendo esquemas memorísticos y autoritarios que
sofocan la creatividad.
El pedagogo brasileño Dermeval Saviani (2007) subraya que
la calidad de la educación depende no solo de los contenidos, sino del enfoque
pedagógico. Un docente que no reflexiona sobre su práctica difícilmente podrá
despertar en los estudiantes el deseo de aprender. Así, la tradición se
convierte en obstáculo: se enseña cómo se aprendió, perpetuando métodos que no
responden a los desafíos del siglo XXI.
6.4. La responsabilidad ética del docente universitario
Más allá de las metodologías, ser docente universitario
es una responsabilidad ética. No basta con enseñar técnicas o contenidos
específicos; se trata de formar profesionales con valores, ciudadanos con
espíritu crítico y seres humanos capaces de enfrentar las contradicciones de la
vida.
El filósofo español José Antonio Marina (2006) afirma que
educar es “fabricar la humanidad del ser humano”. Esa es, precisamente, la
misión ética de la docencia universitaria: acompañar a los jóvenes en el
proceso de convertirse en profesionales íntegros y responsables, no solo en
técnicos titulados.
Conclusión parcial del apartado
El futuro de la universidad depende, en gran medida, de
sus docentes. Mientras predominen la indiferencia y el conformismo, la
educación superior seguirá siendo un trámite burocrático. Pero cuando los
profesores asuman su papel como agentes de transformación, la universidad podrá
recuperar su misión crítica y emancipadora. La disyuntiva es clara: ser meros repetidores
de información, o ser constructores de futuro.
7. PLATÓN, GEOMETRÍA Y EL LEMA PARA NUESTRAS AULAS
La frase atribuida a Platón en la entrada de su Academia
—“Que no entre aquí nadie que no sepa geometría”— ha quedado como un símbolo
del rigor intelectual y de la exigencia filosófica. Más allá de su literalidad,
la máxima encierra un mensaje profundo: el conocimiento no puede ser
superficial, requiere disciplina, lógica, abstracción y disposición para
enfrentar la dificultad. La geometría, para Platón, no era solo un campo
matemático, sino una puerta de acceso al pensamiento ordenado, a la capacidad
de razonar con precisión y a la búsqueda de la verdad.
Trasladada a nuestro tiempo, esta frase adquiere una
nueva vigencia. Hoy
bien podríamos colocar en la entrada de nuestras universidades un cartel que
diga: “Que no entre aquí quien no venga con el deseo de aprender y de
investigar”. Porque lo que se necesita no es que todos dominen la
geometría, sino que todos asuman la actitud de búsqueda y de compromiso
intelectual que Platón exigía a sus discípulos.
7.1. El rigor como condición del aprendizaje
El problema de muchas aulas universitarias salvadoreñas
es que han perdido el sentido del rigor. Los estudiantes buscan aprobar
exámenes sin comprender a fondo los contenidos, y los docentes, en demasiados
casos, se conforman con ese nivel. Así, el conocimiento se banaliza, se
convierte en trámite.
Platón
sostenía que solo a través del esfuerzo intelectual se alcanza la verdad. En el
Libro VII de La República, la alegoría de la caverna muestra cómo el ser humano
debe liberarse de las sombras mediante un proceso arduo, doloroso, pero
liberador. Esa exigencia de salir de la ignorancia voluntaria es la que hoy
debería inspirar a la universidad.
7.2. El lema que necesitamos hoy
Si en el siglo IV a. C. la geometría representaba el
saber riguroso, en el siglo XXI ese lema debe reformularse:
·
“Que no
entre a la universidad quien no tenga la disposición de aprender con
profundidad.”
·
“Que no
entre quien no esté dispuesto a investigar por sí mismo.”
·
“Que no
entre quien solo busque un título vacío.”
No se trata de excluir a nadie, sino de dejar claro que
la universidad no es un mercado de certificados, sino un espacio de búsqueda
del saber.
La universidad debe ser un lugar de encuentro con el
conocimiento, donde el esfuerzo, la disciplina y la curiosidad sean los
requisitos de ingreso más importantes.
7.3. De la geometría al pensamiento crítico
La geometría de Platón puede traducirse hoy como
pensamiento crítico. Un estudiante universitario no necesita ser un experto en
matemáticas, pero sí debe ser capaz de razonar, de cuestionar, de argumentar
con coherencia. Sin pensamiento crítico, la universidad se convierte en un
ritual vacío.
Como recuerda Edgar Morin (2000), el desafío de la
educación contemporánea es formar mentes capaces de afrontar la complejidad, de
conectar saberes diversos y de enfrentarse a lo incierto. Ese es el equivalente
moderno de la geometría platónica: un pensamiento capaz de escapar de la
superficialidad y adentrarse en lo esencial.
7.4. Un lema para las aulas salvadoreñas
Imaginemos, entonces, que en cada aula universitaria de
El Salvador se colocara un cartel con un lema renovado:
·
“Que no
entre quien no venga con el deseo de aprender, de investigar y de transformar
la realidad.”
·
Un
recordatorio permanente de que la universidad no es un espacio para la
mediocridad, sino para la excelencia intelectual y ética. Este tipo de
símbolos, lejos de ser decorativos, funcionan como brújulas que orientan la cultura
institucional hacia la investigación y la crítica.
Conclusión parcial del apartado
La frase de Platón sigue siendo inspiradora porque nos
recuerda que el conocimiento exige rigor y disposición. Adaptada a nuestro
tiempo, puede convertirse en un lema para rescatar la esencia de la universidad
salvadoreña: un espacio donde lo central no es aprobar exámenes ni acumular
créditos, sino aprender, investigar y comprometerse con la transformación
social. Sin ese compromiso, toda la experiencia universitaria se reduce a una
sombra de lo que debería ser.
8. EDUCAR, ENSEÑAR Y APRENDER: TRÍADA EN DISPUTA
La consigna que en 2007 entregué a los estudiantes
—reflexionar en grupos sobre el significado de enseñar, educar y aprender— no
fue casual. Estas tres palabras, que suelen usarse como sinónimos en el
lenguaje cotidiano, en realidad encierran universos conceptuales distintos y,
muchas veces, contradictorios. Comprender sus diferencias y tensiones es
crucial para replantear la misión de la universidad.
8.1. Enseñar: transmitir o guiar
Enseñar suele entenderse como el acto de transmitir
conocimientos de quien sabe hacia quien no sabe. Este modelo, heredado de la
tradición escolástica, coloca al docente como depositario de un saber acabado y
al estudiante como receptor pasivo. Es la lógica de la “educación bancaria”
descrita por Paulo Freire (1970), donde los estudiantes se convierten en
contenedores vacíos que deben llenarse de datos.
Sin embargo, enseñar también puede significar guiar un
proceso de descubrimiento. Desde la perspectiva socrática, el maestro es más un
partero de ideas que un transmisor de contenidos. Sócrates, mediante la
mayéutica, enseñaba preguntando, provocando, incomodando. En esta visión,
enseñar es estimular la búsqueda, no clausurarla.
8.2. Educar: formar integralmente
Educar va más allá de la enseñanza. Significa formar
personas en su totalidad, no solo transmitir información técnica. Como sostiene
Comenio (1657) en Didáctica Magna, la educación debe abarcar todas las
dimensiones humanas: intelectual, moral, social y espiritual.
En el contexto universitario salvadoreño, educar implica
no solo preparar odontólogos, abogados, ingenieros o médicos, sino formar
ciudadanos críticos, comprometidos con la justicia social y capaces de actuar
éticamente. Cuando reducimos la universidad a una fábrica de títulos, dejamos
de educar y nos limitamos a entrenar mano de obra para el mercado.
8.3. Aprender: apropiarse del conocimiento
El aprender es el punto neurálgico de la tríada. No basta
con enseñar ni con educar si el estudiante no logra apropiarse del
conocimiento. Aprender significa hacer propio lo aprendido, incorporarlo a la
propia experiencia, transformarlo en herramienta para comprender y actuar en el
mundo.
Autores como Malcolm Knowles (1980), padre de la
andragogía, subrayan que el aprendizaje adulto requiere motivación interna,
autonomía y experiencia previa. En ese sentido, aprender no puede ser un
proceso impuesto ni mecánico; exige un compromiso activo del estudiante.
8.4. La disputa en la universidad salvadoreña
La contradicción aparece cuando observamos que en la
práctica cotidiana de la UES y de otras universidades del país, estas tres
dimensiones se confunden y se trivializan:
Se enseña de manera memorística, sin fomentar la
investigación.
Se educa poco, porque los valores y la ética quedan
relegados a discursos formales, no a prácticas reales.
Se aprende superficialmente, porque la meta es aprobar
exámenes, no apropiarse del conocimiento.
El resultado es una universidad donde la tríada
enseñar–educar–aprender se convierte en un ritual vacío.
Lo que debería ser un proceso de construcción colectiva
del saber se reduce a una transacción: el docente entrega información, el
estudiante la reproduce en un examen, y el sistema lo certifica con una nota.
8.5. Reconciliar la tríada: un desafío impostergable
Para superar esta crisis es necesario reconciliar la
tríada:
Enseñar debe ser entendido como guiar hacia la indagación
y no como simple transmisión.
Educar debe recuperar su dimensión integral, formando ciudadanos
críticos y no solo técnicos.
Aprender debe dejar de ser un trámite para aprobar y
convertirse en un proceso de apropiación activa y significativa del
conocimiento.
En palabras de Edgar Morin (2000), el desafío educativo
es integrar saberes, valores y experiencias en un mismo proceso formativo. La
universidad solo podrá cumplir su misión cuando logre articular estas tres
dimensiones en lugar de fragmentarlas.
Conclusión parcial del apartado
La confusión entre enseñar, educar y aprender ha
contribuido a vaciar de sentido la vida universitaria salvadoreña. Recuperar la
riqueza de cada concepto es una tarea urgente. Solo cuando logremos que se
enseñe con espíritu socrático, se eduque con integralidad y se aprenda con
compromiso activo, la universidad dejará de ser un simple espacio de
certificación y se convertirá en un verdadero laboratorio de transformación
social.
9. EL ESTUDIANTE SALVADOREÑO DE HOY: ¿APRENDIZ, CLIENTE O
SOBREVIVIENTE?
El rostro del estudiante universitario salvadoreño en
pleno siglo XXI refleja una paradoja profunda.
Por un lado, se
espera que sea un aprendiz activo, capaz de apropiarse del conocimiento,
investigar y aportar al desarrollo del país. Por otro, el sistema lo ha
moldeado para actuar como un cliente que paga (con dinero o con esfuerzo
mínimo) a cambio de un título. Y, en el fondo, muchos de ellos son apenas
sobrevivientes de un sistema educativo y social que no siempre les garantiza
las condiciones necesarias para aprender en plenitud.
9.1. El aprendiz que debería ser
En el ideal, el estudiante universitario es un aprendiz
autónomo, curioso y disciplinado. Llega a la universidad con ansias de saber,
con deseos de comprender el mundo y transformarlo. El modelo de aprendizaje
significativo de David Ausubel (1963) plantea que el conocimiento cobra sentido
cuando se relaciona con la experiencia previa y con los intereses personales.
Bajo esta visión, el estudiante es un constructor de saberes, no un simple
receptor de información.
Pero este ideal choca con la realidad. La mayoría de
estudiantes llegan a la universidad después de un bachillerato centrado en la
memorización y los exámenes estandarizados. El hábito de aprender por aprender
ha sido sustituido por la lógica de aprobar para pasar de grado. Así, la
universidad recibe jóvenes que no saben cómo investigar ni cómo aprender de manera
autónoma.
9.2. El cliente que la lógica del mercado ha creado
El modelo neoliberal ha impactado fuertemente en la
educación. La universidad, incluso la pública, empieza a concebirse como un
servicio, y el estudiante como un cliente. En este marco, la relación educativa
se convierte en una transacción: el estudiante exige “recibir” clases,
“aprobar” exámenes y, al final, obtener un título.
El sociólogo chileno José Joaquín Brunner (2015) advierte
que muchas universidades latinoamericanas han adoptado la lógica empresarial,
donde lo importante son los indicadores de matrícula, retención y egreso.
Esto genera un círculo perverso: el estudiante-cliente
demanda facilidades, y la institución, para retenerlo, reduce el rigor
académico. Al final, se produce una “satisfacción” inmediata, pero a costa de
una formación vacía.
El resultado es un profesional con un título que puede
abrirle puertas en el mercado laboral, pero sin las competencias críticas y científicas
necesarias para aportar a la sociedad.
9.3. El sobreviviente del sistema
Más allá de aprendiz o cliente, el estudiante salvadoreño
también es, en muchos casos, un sobreviviente. Las condiciones socioeconómicas
del país son duras: altos niveles de pobreza, violencia, inseguridad y falta de
oportunidades laborales. Muchos jóvenes trabajan de día y estudian de noche,
llegan al aula cansados, sin tiempo para investigar ni leer, y apenas logran
cumplir con lo mínimo.
El Informe de Desarrollo Humano del PNUD (2022) señala que,
en El Salvador, casi el 30% de los jóvenes entre 15 y 24 años están en
situación de vulnerabilidad educativa o laboral. En este contexto, la
universidad se convierte en un refugio, pero también en una lucha diaria por
sobrevivir. El reto ya no es solo aprobar exámenes, sino resistir a las
adversidades sociales.
9.4. Entre tres identidades en disputa
Estas tres figuras —aprendiz, cliente y sobreviviente—
coexisten en las aulas salvadoreñas. A veces se mezclan en la misma persona: el
joven que desea aprender, pero que al mismo tiempo reclama facilidades como
cliente y que, además, debe sobrevivir a un entorno adverso.
La pregunta es: ¿Cuál de estas identidades predomina? La
experiencia sugiere que la lógica del cliente se impone cada vez más,
desplazando al aprendiz y sofocando al sobreviviente. El estudiante se adapta a
lo que el sistema le ofrece: una educación de trámite, orientada más al título
que al aprendizaje.
Conclusión parcial del apartado
El estudiante salvadoreño de hoy está atrapado entre tres
identidades contradictorias: aprendiz, cliente y sobreviviente. Mientras no
logremos fortalecer su rol como aprendiz y brindarle condiciones dignas para
dejar de ser sobreviviente, seguirá prevaleciendo la lógica del cliente, con
todas sus consecuencias negativas para la universidad y para la sociedad. La
gran tarea de la docencia universitaria es reorientar esta balanza: despertar
al aprendiz, proteger al sobreviviente y desactivar al cliente.
10. EL ROL DE LA FAMILIA Y LA SOCIEDAD EN LA MOTIVACIÓN
UNIVERSITARIA
La motivación de los estudiantes para ingresar y
permanecer en la universidad no surge en el vacío. Se alimenta de múltiples
influencias, entre ellas el entorno familiar y social, que funciona como un
marco de referencia para sus expectativas y aspiraciones. Comprender estas
influencias es clave para explicar por qué tantos jóvenes conciben la
universidad más como un medio de ascenso social o de prestigio que como un espacio
de aprendizaje crítico.
10.1. La familia como primera brújula
La familia es el primer núcleo de socialización. Desde la
infancia, inculca valores, aspiraciones y modelos de éxito. En El Salvador,
donde buena parte de la población enfrenta precariedades económicas, la familia
suele ver la universidad como la única vía de movilidad social. El mensaje
hacia los hijos es claro: “Estudia para que tengas un buen trabajo, ganes dinero
y salgas de la pobreza”.
Este discurso, aunque comprensible, desplaza el sentido
más profundo de la educación. La universidad deja de ser un espacio de
formación integral para convertirse en un instrumento económico. La presión
familiar empuja a los jóvenes a elegir carreras de “prestigio” o de supuesta
rentabilidad, aun cuando no correspondan a sus verdaderas vocaciones.
El sociólogo Pierre Bourdieu (1997) advierte que la
familia transmite un “habitus” que condiciona la percepción de lo que significa
tener éxito. Así, muchos estudiantes no llegan a la universidad buscando saber,
sino responder a las expectativas familiares de ascenso y reconocimiento
social.
10.2. El peso de la sociedad del estatus
Más allá de la familia, la sociedad salvadoreña reproduce
un imaginario en el que el título universitario equivale a prestigio. Quien se
gradúa es visto como alguien que “salió adelante”, que “triunfó”. En cambio,
quien no accede a la universidad suele ser percibido como rezagado.
Este fenómeno responde a lo que Guy Debord (1967)
denominó la “sociedad del espectáculo”: lo que importa no es tanto el ser, sino
el parecer. No se trata de lo que realmente se aprendió en la universidad, sino
del estatus que otorga el título. En este contexto, muchos jóvenes llegan a las
aulas motivados no por el deseo de aprender, sino por la necesidad de cumplir
con ese mandato social de “tener un cartón” que los valide ante los demás.
10.3. La influencia de los medios y las redes sociales
En la actualidad, los medios de comunicación y, sobre
todo, las redes sociales amplifican la cultura del éxito rápido. El mensaje
constante es que “vales lo que aparentas”, y el título universitario se
convierte en un accesorio más dentro de esa narrativa. Esta presión refuerza la
idea de que estudiar es un paso para “posicionarse” en la sociedad, no para
transformar la realidad.
La filósofa Martha Nussbaum (2010) advierte que cuando la
educación se subordina a fines puramente utilitaristas, se pierden las
humanidades, la ética y la capacidad crítica. Justo eso ocurre cuando la
motivación universitaria se reduce a satisfacer expectativas sociales
superficiales.
10.4. Vocación sofocada: el costo oculto
El efecto más grave de esta dinámica es que muchos
jóvenes renuncian a su verdadera vocación. Eligen carreras que no les
apasionan, pero que la familia y la sociedad consideran prestigiosas o
rentables. El resultado es un ejército de profesionales desmotivados, que ejercen
sin entusiasmo y sin compromiso social.
Esto explica, en parte, por qué tantos estudiantes
respondieron en 2007 que estudiaban Odontología “por el dinero” o “por el
prestigio”. No necesariamente porque así lo desearan en lo más profundo, sino
porque así lo demandaban sus entornos.
Conclusión parcial del apartado
La motivación universitaria del estudiante salvadoreño no
puede analizarse sin considerar el peso de la familia y la sociedad. Ambas
instancias empujan hacia una visión instrumental y utilitarista de la
universidad, en la que lo importante es el título y el estatus, más que el
conocimiento y la vocación. Mientras la familia y la sociedad no cambien su
narrativa, será difícil que los jóvenes lleguen a la universidad con una
motivación auténtica por aprender. El desafío consiste en reorientar estos
discursos, colocando en el centro la formación integral, la ética y la curiosidad
como valores fundamentales.
11. Metodologías alternativas: más allá de la
memorización y el examen
Uno de los mayores problemas de la universidad
salvadoreña —y de buena parte de la educación latinoamericana— es su
dependencia excesiva de la memorización y de la evaluación estandarizada. Este
modelo, que reduce el aprendizaje a la repetición de contenidos y a la aprobación
de exámenes, ha generado generaciones de estudiantes que estudian “para pasar”,
no para aprender. El resultado es un conocimiento frágil, descontextualizado y,
en muchos casos, inútil para la vida real.
Frente a esta crisis, es urgente explorar y aplicar metodologías
alternativas que superen la lógica memorística y bancarizada de la educación.
Existen modelos pedagógicos y andragógicos que pueden transformar radicalmente
la experiencia universitaria si se implementan con seriedad y convicción.
11.1. Aprendizaje Basado en Problemas (ABP)
El Aprendizaje Basado en Problemas (ABP) es una
estrategia pedagógica que coloca al estudiante frente a situaciones reales o
simuladas que debe resolver investigando, discutiendo y aplicando
conocimientos. Este método rompe con la pasividad del aula tradicional, ya que
obliga a los estudiantes a trabajar en equipo, buscar información y construir
respuestas.
Como señalan Barrows y Tamblyn (1980), el ABP no solo
desarrolla conocimientos técnicos, sino también habilidades críticas,
comunicativas y éticas. En carreras como Odontología, Medicina o Derecho, el
ABP permite conectar la teoría con la práctica y fomenta el pensamiento clínico
y reflexivo.
11.2. Investigación-acción
Otra metodología transformadora es la investigación-acción,
propuesta inicialmente por Kurt Lewin (1946) y posteriormente adaptada a la
educación por autores como Paulo Freire (1970). Esta estrategia combina la
producción de conocimiento con la intervención en la realidad.
El estudiante deja de ser un espectador y se convierte en
protagonista: investiga un problema real de su comunidad, propone soluciones y
evalúa los resultados. Así, aprende no solo conceptos académicos, sino también
compromiso social, responsabilidad ética y disciplina investigativa.
11.3. Neuroandragogía: aprender desde el cerebro adulto
Un campo emergente que merece especial atención es la
neuroandragogía, que combina los aportes de la neurociencia con los principios
de la educación de adultos. Autores como Knowles (1980) plantearon que el
adulto aprende de manera distinta al niño: necesita autonomía, relevancia
práctica y motivación intrínseca. La neurociencia confirma que el cerebro
adulto conserva plasticidad, pero requiere estímulos significativos para
consolidar aprendizajes.
Aplicar la neuroandragogía en la universidad significa
diseñar clases que respeten la madurez cognitiva de los estudiantes, que
integren emociones, experiencias previas y reflexión crítica. De esta forma, se
supera la educación memorística y se fomenta un aprendizaje más profundo y
duradero.
11.4. Aprendizaje colaborativo y dialógico
La universidad también debe recuperar la esencia del
diálogo socrático. Aprender no es solo escuchar a un docente, sino interactuar
con otros, debatir, argumentar, disentir. El aprendizaje colaborativo convierte
al aula en un laboratorio donde cada estudiante aporta su experiencia y su
perspectiva.
Como afirma Lev Vygotsky (1978), el conocimiento se
construye socialmente, en interacción con otros. Un aula en la que los
estudiantes dialogan, trabajan en grupo y se retroalimentan rompe con el
aislamiento individualista y fomenta competencias colectivas esenciales para la
vida democrática.
11.5. Evaluar para aprender, no solo para aprobar
El cambio metodológico debe ir acompañado de un cambio en
la evaluación. Si seguimos midiendo con exámenes memorísticos, los estudiantes
continuarán estudiando “para la nota”. La evaluación debe convertirse en un
proceso formativo, que retroalimente, que permita al estudiante identificar sus
avances y sus carencias, y que valore la creatividad, la investigación y el
compromiso social.
Como plantea Black y Wiliam (1998) en sus estudios sobre
evaluación formativa, el verdadero propósito de evaluar es mejorar el
aprendizaje, no simplemente clasificar a los estudiantes.
Conclusión parcial del apartado
La universidad salvadoreña no puede seguir anclada en
métodos de enseñanza y evaluación que ya demostraron su fracaso. Es necesario
adoptar metodologías que coloquen al estudiante como protagonista, que integren
la investigación, el diálogo, la práctica y la reflexión crítica. Solo así
lograremos pasar de una educación centrada en la memorización a una educación
que forme pensadores, investigadores y ciudadanos comprometidos.
12. LA UNIVERSIDAD EN CRISIS: PLANES DE ESTUDIO ANCLADOS
EN EL PASADO
Hablar de la universidad salvadoreña implica reconocer
una herida que no termina de cerrar: la persistencia de planes de estudio que
en muchos casos fueron diseñados hace más de cinco décadas, bajo condiciones
políticas autoritarias y con una visión instrumentalista del conocimiento.
Todavía hoy, en pleno siglo XXI, muchas facultades continúan trabajando con
programas de 1972, elaborados durante la intervención militar en la Universidad
de El Salvador.
Esta situación constituye una paradoja histórica: mientras el mundo avanza a pasos acelerados en ciencia, tecnología y pedagogía, nuestra universidad sigue anclada en modelos curriculares que responden a lógicas del pasado.
12.1. Herencia de la intervención militar
La intervención militar de 1972 no solo fue un golpe a la
autonomía universitaria; también dejó una herencia académica: planes de estudio
elaborados con la intención de controlar el pensamiento crítico y limitar la
formación emancipadora. Los programas fueron diseñados para producir
profesionales funcionales al sistema, obedientes y desvinculados de la realidad
social.
Esa herencia persiste. Aunque ha habido reformas
parciales, la estructura curricular de muchas carreras sigue repitiendo
esquemas obsoletos, con contenidos desactualizados y metodologías rígidas.
12.2. Desfase entre currículo y realidad social
El desfase entre lo que se enseña en las aulas y lo que
exige la realidad salvadoreña es cada vez más evidente. Mientras el país
enfrenta problemas urgentes como la desigualdad social, la crisis ambiental, la
migración masiva y la violencia, los planes de estudio continúan centrados en
contenidos teóricos que poco dialogan con estas problemáticas.
Como señala Boaventura de Sousa Santos (2005), una
universidad que no conecta su conocimiento con la realidad de su pueblo corre
el riesgo de volverse irrelevante. En El Salvador, este riesgo ya se
materializa: muchos graduados salen con herramientas insuficientes para enfrentar
los desafíos de la sociedad.
12.3. La resistencia al cambio
La crisis curricular también se explica por la
resistencia al cambio dentro de la misma comunidad universitaria. Reformar un
plan de estudios implica debatir, incomodar intereses, cuestionar tradiciones.
Muchos docentes prefieren seguir trabajando con el esquema conocido, aunque
esté desfasado, antes que asumir el reto de una transformación. El pedagogo
Edgar Morin (2000) advierte que una de las grandes carencias de la educación
contemporánea es su incapacidad para adaptarse a la complejidad y la
incertidumbre. Persistir en planes de estudio rígidos es condenar a la
universidad a un rezago perpetuo.
12.4. La urgencia de un nuevo paradigma curricular
Superar esta crisis requiere una reforma profunda, no
meros retoques superficiales. Los nuevos planes de estudio deben:
Integrar la investigación como eje central, no como
actividad marginal.
Incluir contenidos sobre ética, ciudadanía, sostenibilidad
y pensamiento crítico.
Articularse con las demandas reales del país y de la
región.
Abrirse a la interdisciplinariedad, superando el encierro
de las facultades en compartimentos estancos.
Incorporar metodologías activas, como el aprendizaje
basado en problemas y la investigación-acción.
En otras palabras, el currículo universitario debe dejar
de ser un documento burocrático para convertirse en una herramienta viva, capaz
de formar ciudadanos críticos y profesionales comprometidos.
Conclusión parcial del apartado
La universidad salvadoreña enfrenta una crisis que no se resolverá con discursos ni con reformas cosméticas. Mientras los planes de estudio sigan anclados en el pasado, la formación seguirá siendo débil, desconectada y obsoleta. Es hora de romper con esa herencia autoritaria y apostar por un nuevo paradigma curricular que coloque a la investigación, la ética y la transformación social en el centro de la vida universitaria.
13. Hacia una universidad sólida: investigación, valores
y disciplina
Hasta aquí hemos descrito una serie de problemas
estructurales que aquejan a la universidad salvadoreña: apatía estudiantil,
indiferencia docente, planes de estudio obsoletos y una cultura que privilegia
el prestigio social por encima del aprendizaje. Pero este diagnóstico no puede
quedarse en la crítica. Es necesario trazar un horizonte de transformación. La
pregunta central es: ¿cómo construir una universidad sólida en el siglo XXI?
La respuesta pasa, necesariamente, por tres pilares
fundamentales: la investigación, los valores y la disciplina. Sin ellos,
cualquier reforma universitaria será incompleta o se reducirá a un mero
maquillaje administrativo.
13.1. La investigación como columna vertebral
Una universidad sin investigación es como un cuerpo sin
corazón. La investigación no es un lujo, ni una actividad secundaria: es el eje
que garantiza que el conocimiento no se estanque, que se renueve constantemente
y que dialogue con las necesidades de la sociedad.
En El Salvador, la investigación universitaria ha sido
históricamente marginal. Muchas tesis de grado son ejercicios formales que no
aportan a la solución de los problemas del país. Una universidad sólida debe
revertir esta situación. Es imperativo:
Financiar y promover proyectos de investigación
vinculados con las necesidades sociales urgentes: salud, medio ambiente, violencia,
educación, tecnología.
Integrar a los estudiantes en procesos investigativos
desde los primeros ciclos, no solo al final de la carrera.
Fomentar la publicación y la divulgación científica,
creando espacios donde el conocimiento pueda debatirse y ponerse al servicio de
la comunidad.
Como afirma Humboldt (1810/1997), la esencia de la
universidad moderna radica en la unidad entre docencia e investigación. Separar
una de la otra es condenar a la institución a la mediocridad.
13.2. El árbol de los valores
La universidad no puede limitarse a formar técnicos
competentes; debe formar personas íntegras. Aquí entra en juego el árbol de los
valores, que debe nutrir toda experiencia educativa. Entre esos valores destacan
tres raíces fundamentales:
Disciplina: sin disciplina no hay progreso. La
constancia, el esfuerzo y el compromiso son indispensables para aprender e
investigar.
Honradez: la ética académica debe ser inquebrantable. No
puede tolerarse el plagio, la corrupción o la simulación en los procesos
universitarios.
Humildad: el conocimiento auténtico se construye
reconociendo lo que ignoramos, aprendiendo de los demás y manteniendo una
actitud abierta al diálogo.
Estos valores, transmitidos tanto en el aula como en la
vida institucional, son los que diferencian a un profesional íntegro de un mero
técnico con título.
13.3. La disciplina como condición de progreso
La disciplina merece un énfasis especial. Sin ella,
cualquier plan de estudios o metodología innovadora fracasa. Disciplina no
significa autoritarismo, sino capacidad de organizarse, de perseverar y de
enfrentar las dificultades con constancia.
En mi experiencia docente, los estudiantes que más lejos
llegaron no fueron siempre los más brillantes, sino aquellos que supieron ser
disciplinados: que investigaron aunque nadie se los exigiera, que se prepararon
con rigor, que entendieron que aprender es un esfuerzo continuo.
Como señala Immanuel Kant (1784/2004), la educación es el
proceso que conduce al ser humano de la minoría de edad a la autonomía. Esa
autonomía solo es posible con disciplina: aprender a pensar por sí mismo, pero
también a perseverar en la búsqueda de la verdad.
13.4. Universidad sólida vs. universidad líquida
La universidad que tenemos hoy es, en muchos sentidos,
una universidad líquida, en el sentido que le da Zygmunt Bauman (2000): frágil,
inconsistente, moldeada por las presiones del mercado y la cultura del éxito
fácil. Lo que necesitamos es una universidad sólida, anclada en principios
firmes: investigación, valores y disciplina.
Esa solidez no significa rigidez, sino capacidad de
mantenerse fiel a una misión clara en medio de los cambios. Una universidad
sólida se adapta a la modernidad, pero sin renunciar a su esencia: formar
ciudadanos críticos, investigadores y éticos.
Conclusión parcial del apartado
El futuro de la universidad salvadoreña dependerá de su
capacidad para cimentarse en tres pilares: investigación, valores y disciplina.
Solo así podrá dejar atrás la fragilidad de los planes obsoletos y la
superficialidad del prestigio social. Una universidad sólida no se mide por el
número de títulos que entrega, sino por la calidad de los ciudadanos que forma
y por el impacto de su conocimiento en la sociedad.
14. Retos de la docencia universitaria en el siglo XXI
La docencia universitaria enfrenta hoy un escenario
inédito. Los cambios vertiginosos de la ciencia, la tecnología, la
globalización y las transformaciones sociales han colocado a los docentes
frente a desafíos que nunca antes se habían presentado con tanta intensidad.
Enseñar en el siglo XXI ya no puede reducirse a repetir contenidos heredados;
se trata de formar ciudadanos críticos, investigadores autónomos y
profesionales capaces de enfrentar la complejidad del mundo contemporáneo.
14.1. El reto tecnológico y la cultura digital
La irrupción de la inteligencia artificial, las
plataformas virtuales y el acceso ilimitado a la información han transformado
radicalmente la educación. Hoy, un estudiante puede consultar en segundos lo
que antes requería horas de investigación en la biblioteca. El problema no es
la abundancia de información, sino la falta de criterio crítico para discernir
entre lo verdadero y lo falso, lo profundo y lo superficial.
El docente universitario del siglo XXI debe convertirse
en mediador digital, capaz de guiar a los estudiantes en el uso ético y crítico
de las tecnologías. Como advierte Manuel Castells (2001), vivimos en una
“sociedad red” donde el conocimiento circula sin fronteras; en este contexto,
enseñar implica formar competencias digitales que vayan más allá del simple uso
instrumental.
14.2. El reto de la complejidad
El mundo actual no puede comprenderse desde visiones
fragmentadas. La crisis ambiental, las migraciones, la violencia y la
desigualdad exigen enfoques interdisciplinarios. Sin embargo, nuestras
universidades siguen organizadas en compartimentos rígidos que aíslan a las
disciplinas entre sí.
Edgar Morin (2000) insiste en que el gran desafío de la
educación es enseñar a enfrentar la complejidad. El docente universitario debe
superar la enseñanza reduccionista y guiar a los estudiantes hacia una
comprensión holística de la realidad, donde cada saber se conecta con los
demás.
14.3 El reto de la ética y la ciudadanía
En un país como El Salvador, marcado por la corrupción,
la violencia y la desigualdad, la docencia universitaria no puede limitarse a
formar técnicos. Debe formar ciudadanos éticos capaces de actuar con honradez y
responsabilidad social.
El filósofo José Antonio Marina (2006) afirma que educar
es “fabricar la humanidad del ser humano”. En ese sentido, el docente tiene una
misión ética ineludible: no solo enseñar contenidos, sino sembrar valores de
respeto, solidaridad y compromiso con el bien común.
14.4. El reto de la investigación y la innovación
El docente universitario debe ser, además, investigador.
No basta con transmitir lo aprendido hace veinte años; la enseñanza se renueva
solo si el profesor se mantiene en constante búsqueda. Una universidad que no
investiga se convierte en museo de ideas muertas.
Como señala Humboldt (1810/1997), la universidad moderna
nace del vínculo inseparable entre docencia e investigación. Este principio
sigue vigente: el profesor debe enseñar lo que investiga y aprender de lo que
enseña.
14.5. El reto de la inclusión y la diversidad
El siglo XXI también plantea el desafío de atender a una
población estudiantil cada vez más diversa: jóvenes de distintos estratos
sociales, estudiantes que trabajan y estudian, personas con discapacidades o
con trayectorias educativas irregulares. La docencia debe adaptarse a esta
diversidad, ofreciendo metodologías flexibles e inclusivas que reconozcan las
diferencias sin caer en la mediocridad.
La UNESCO (2015) ha insistido en que la educación
superior debe garantizar no solo acceso, sino también permanencia y éxito
académico para todos, especialmente para los sectores más vulnerables.
Conclusión parcial del apartado
La docencia universitaria del siglo XXI es un campo lleno
de desafíos: tecnológicos, éticos, investigativos y sociales. Pero también es
una oportunidad histórica para reinventar la universidad y hacerla relevante
para el mundo actual. El profesor que asuma estos retos con compromiso se convertirá
en guía, investigador y ciudadano ejemplar. En cambio, aquel que permanezca
indiferente condenará a la universidad a seguir siendo una fábrica de títulos
sin alma.
15. Conclusión: entre la complacencia y la transformación
Después de recorrer las experiencias, los diagnósticos y
las reflexiones críticas expuestas en este ensayo, el panorama es claro: la
universidad salvadoreña se encuentra en una encrucijada histórica. O permanece
atrapada en la complacencia de un modelo que produce títulos sin contenido, o
se atreve a transformarse en una verdadera institución de aprendizaje, investigación
y compromiso social.
15.1. El riesgo de la complacencia
La complacencia se manifiesta en múltiples niveles:
·
Estudiantes
que conciben la universidad como un trámite para obtener un título.
·
Docentes que
repiten contenidos sin cuestionar su pertinencia.
·
Facultades
que siguen operando con planes de estudio diseñados hace más de medio siglo.
·
Instituciones
que priorizan indicadores de matrícula y egreso por encima de la calidad del
conocimiento.
·
Esta
complacencia es peligrosa porque normaliza la mediocridad. Una universidad que
se conforma con “cumplir” se convierte en irrelevante, incapaz de responder a
los desafíos de la sociedad.
15.2. La urgencia de la transformación
Pero también existe otra posibilidad: la de apostar por
la transformación. Una universidad que se atreva a cambiar debe asumir varios
compromisos:
Centrarse en la investigación como motor de su vida
académica.
Actualizar los planes de estudio, articulándolos con las
necesidades reales del país.
Fomentar valores y disciplina, formando ciudadanos
íntegros además de profesionales competentes.
Apostar por metodologías activas, que conviertan al
estudiante en protagonista de su aprendizaje.
Formar docentes-investigadores comprometidos con la ética
y la innovación.
La transformación no será fácil. Implica cuestionar
tradiciones, incomodar intereses y romper inercias institucionales. Pero es el
único camino para devolverle a la universidad su papel histórico como motor de
cambio social.
15.3. El papel de cada actor
La construcción de una universidad transformada no
depende solo de las autoridades. Requiere el compromiso de todos los actores:
·
Los
estudiantes, que deben dejar de verse como clientes y asumir su rol de
aprendices activos.
·
Los
docentes, que deben convertirse en guías, investigadores y referentes éticos.
·
Las familias
y la sociedad, que deben cambiar su discurso y dejar de ver la educación solo
como un medio para obtener estatus.
·
El Estado,
que debe garantizar financiamiento, políticas coherentes y respeto a la
autonomía universitaria.
15.4. Un llamado a la esperanza crítica
La universidad salvadoreña tiene un potencial inmenso. A
pesar de sus limitaciones, sigue siendo un espacio donde confluyen jóvenes con
sueños, docentes con vocación y comunidades que esperan soluciones. El reto es
canalizar ese potencial hacia un horizonte emancipador.
Como diría Paulo Freire (1970), la educación no cambia al
mundo por sí sola, pero sí cambia a las personas que van a cambiar al mundo. La
universidad puede y debe ser ese espacio donde se formen esas personas:
críticas, disciplinadas, honradas y solidarias.
Conclusión general
Estamos, pues, entre la complacencia y la transformación.
Seguir en el camino de la complacencia nos condenará a una universidad
irrelevante, incapaz de formar ciudadanos críticos y profesionales íntegros.
Apostar por la transformación, en cambio, nos permitirá construir una
universidad sólida, enraizada en la investigación, los valores y la disciplina,
capaz de responder a los desafíos de El Salvador y del mundo contemporáneo.
El lema que debería guiar nuestro futuro bien podría ser
una adaptación de la máxima platónica:
“Que no entre a la universidad quien no venga con el
deseo de aprender, de investigar y de transformar la realidad.”
Ese es el compromiso que debemos asumir si queremos que
la universidad sea faro de esperanza y no fábrica de títulos.
16. RESUMEN CRÍTICO
Este ensayo ha recorrido, paso a paso, los dilemas,
contradicciones y posibilidades de la educación universitaria en El Salvador.
El punto de partida fue una experiencia concreta, ocurrida en 2007, que puso en
evidencia un problema estructural: la mayoría de estudiantes de primer ciclo de
Odontología veían la carrera como un medio para obtener dinero y prestigio, no
como un espacio para aprender e investigar. Aquella anécdota, lejos de ser
trivial, abrió la puerta a una reflexión más amplia sobre el sentido de la
universidad.
16.1. Principales hallazgos
El espejismo del título y el prestigio social: La
universidad se percibe más como una fábrica de títulos que como un laboratorio
de conocimiento. El éxito se mide en estatus y no en aprendizaje profundo.
La ausencia de investigación: La apatía estudiantil y la
indiferencia docente muestran que investigar no se percibe como parte esencial
de la vida universitaria. Las bibliotecas vacías son símbolo de esta crisis.
Docentes entre indiferencia y compromiso: Mientras
algunos profesores se limitan a reproducir contenidos, otros mantienen viva la
llama de la transformación. El futuro de la universidad dependerá de cuál de
estas posturas prevalezca.
La confusión entre enseñar, educar y aprender: En la
práctica, estos conceptos se trivializan. Se enseña memorizando, se educa poco
y se aprende superficialmente.
El estudiante salvadoreño: aprendiz, cliente o
sobreviviente: Tres identidades conviven en el aula. El predominio del cliente,
producto de la lógica neoliberal, amenaza con vaciar de sentido la experiencia
universitaria.
El peso de la familia y la sociedad: Ambas presionan
hacia una visión utilitarista de la educación, donde lo importante es el
estatus del título, no la vocación ni la ética.
Metodologías alternativas: El Aprendizaje Basado en
Problemas, la investigación-acción, la neuroandragogía y el aprendizaje
colaborativo son caminos posibles para superar la educación memorística.
La crisis de los planes de estudio: Muchos siguen
anclados en la herencia autoritaria de los años 70, incapaces de responder a la
complejidad del presente.
Universidad sólida vs. líquida: Frente a la fragilidad de
la universidad actual, se propone una universidad sólida, cimentada en tres
pilares: investigación, valores y disciplina.
Los retos del siglo XXI: La docencia debe enfrentar la
revolución digital, la complejidad de los problemas globales, la ética
ciudadana, la diversidad y la necesidad de investigación permanente.
16.2. Juicio crítico
La universidad salvadoreña, tal como funciona hoy, corre
el riesgo de convertirse en una institución irrelevante, atrapada en la
complacencia y la mediocridad. Pero también tiene la oportunidad de
transformarse en un verdadero motor de cambio social. Esa transformación no
depende solo de reformas administrativas, sino de un cambio cultural profundo:
estudiantes comprometidos, docentes investigadores y una sociedad que valore el
aprendizaje más allá del prestigio.
En este sentido, la anécdota de 2007 es un espejo incómodo,
pero necesario. Nos recuerda que la universidad no puede seguir siendo un
espacio donde se estudia solo para aprobar exámenes. Debe ser un lugar donde se
aprenda a pensar, a investigar y a comprometerse con el país.
16.3. Propuesta final
El lema que sintetiza esta visión podría ser:
“Que no entre a la universidad quien no venga con el
deseo de aprender, de investigar y de transformar la realidad.”
Ese llamado resume la urgencia de una universidad que no se conforme con producir títulos, sino que forme ciudadanos críticos, honrados y disciplinados. Una universidad sólida que, lejos de acomodarse a la complacencia, abrace con valentía la transformación.
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SAN SALVADOR, VIERNES, 26 DE SEPTIEMBRE DE 2025
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