LA IGNORANCIA Y LA HUMILDAD: DOS CARAS DE LA CONDICIÓN
HUMANA
POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
La humanidad ha recorrido miles de años intentando responder
a las grandes preguntas: ¿Qué somos?, ¿Qué sabemos?, ¿Qué podemos llegar a
conocer? En esa búsqueda, un hecho es innegable: todos somos ignorantes. Esta
afirmación, lejos de ser un insulto, constituye una verdad ontológica: no
existe ser humano que lo sepa todo, ni tampoco quien lo ignore absolutamente
todo. Como lo expresó Albert Einstein, “todos somos ignorantes, solo que en
temas diferentes” (Einstein, 1949/2013).
Reconocer nuestra ignorancia es un acto de humildad
intelectual. Sócrates lo sintetizó magistralmente: “Yo solo sé que nada sé”
(Platón, Apología, 399 a.C./2007). Esta confesión no revela derrota, sino
grandeza: el sabio es aquel que acepta sus límites y se abre al aprendizaje.
Sin embargo, en la vida cotidiana y profesional abundan
personas que, desde la arrogancia, se presentan como poseedoras de verdades
absolutas. Esa actitud es peligrosa: la ignorancia combinada con soberbia da
lugar al fanatismo, al dogmatismo y a la incapacidad de dialogar.
Este ensayo pretende analizar críticamente la relación
entre ignorancia y humildad a lo largo de la historia del pensamiento,
revisando aportes de grandes filósofos y educadores, así como su impacto en la
vida social y profesional contemporánea.
El recorrido mostrará que el verdadero progreso humano no surge de la omnisciencia ilusoria, sino de la aceptación humilde de nuestra ignorancia como punto de partida.
I. LA IGNORANCIA COMO CONDICIÓN CONSTITUTIVA DEL SER
HUMANO
La ignorancia no es un accidente, sino parte esencial de
la naturaleza humana. Nacemos sin saber y aprendemos lentamente mediante la
experiencia, la educación y la cultura. Pero incluso los más sabios siguen
enfrentándose a lo desconocido.
Platón describió la ignorancia como vivir entre sombras
en la famosa Alegoría de la caverna. Allí, los hombres encadenados creen que
las sombras proyectadas son la realidad. Esa metáfora muestra que la ignorancia
no es solo desconocimiento, sino confusión entre apariencia y verdad (Platón,
380 a.C./2006).
Aristóteles fue más pragmático: los hombres actúan mal no
siempre por maldad, sino por ignorar lo correcto. Para él, la ignorancia es causa
de error ético (Aristóteles, 1994). Este planteamiento nos recuerda que muchas
injusticias se cometen por falta de conocimiento, más que por intención
destructiva.
San Agustín y Tomás de Aquino dieron una lectura
teológica. Para Agustín, la ignorancia era consecuencia del pecado original,
una limitación que alejaba al hombre de Dios.
Aquino distinguió entre ignorancia vencible (cuando el
sujeto puede superarla mediante esfuerzo y estudio) e invencible (cuando no
está en sus posibilidades superarla). Esta distinción sigue siendo útil hoy: no
es lo mismo ignorar porque no se quiso aprender, que ignorar porque no se tuvo
acceso a la información.
La ignorancia, por tanto, no debe verse como un estado
estático, sino como una condición dinámica: siempre ignoraremos algo, pero
siempre podemos avanzar hacia nuevos saberes.
II. LA HUMILDAD INTELECTUAL COMO VIRTUD NECESARIA
Si la ignorancia es inevitable, la humildad es la virtud
que nos permite convivir con ella de manera constructiva.
Newton, a pesar de ser uno de los científicos más
influyentes de la historia, reconoció su deuda con quienes lo precedieron: “Si
he visto más lejos es porque me subí a hombros de gigantes” (Newton,
1675/1999). Con ello mostró que el saber no es individual, sino colectivo e
histórico.
Einstein reiteró que el conocimiento siempre es parcial:
cada persona domina un campo y desconoce muchos otros. La humildad es aceptar
que siempre habrá algo por aprender.
Ortega y Gasset criticó la “ignorancia satisfecha” del
hombre-masa, aquel que no reconoce su ignorancia y desprecia al experto. En
contraste, el humilde se abre a la corrección y al diálogo (Ortega y Gasset,
1930/2005).
La humildad intelectual no implica negar lo que sabemos,
sino reconocer que nuestros conocimientos son limitados, provisionales y
perfectibles. Solo quien se reconoce ignorante en algún aspecto está en
condiciones de seguir aprendiendo.
III. LOS PELIGROS DE LA IGNORANCIA ARROGANTE
Cuando la ignorancia se combina con soberbia, el
resultado es destructivo. Esta mezcla ha alimentado desde el fanatismo
religioso hasta los autoritarismos políticos contemporáneos.
Voltaire combatió la ignorancia porque la consideraba
aliada de la superstición y del fanatismo religioso. La ignorancia arrogante
manipula a las masas y las somete a creencias irracionales.
Kant, en su célebre texto ¿Qué es la Ilustración?, señaló
que la ignorancia persiste no porque los hombres carezcan de razón, sino porque
prefieren la comodidad de no pensar. La pereza y la cobardía mantienen a las
personas en tutela (Kant, 1784/2004).
Nietzsche criticó la “ignorancia voluntaria” de
las masas, que prefieren vivir en ilusiones antes que enfrentar la dureza de la
verdad. En su visión, la ignorancia de las masas es cultivada por las élites
para mantenerlas sometidas (Nietzsche, 1887/1997).
Hoy, este fenómeno se refleja en la era digital: la
sobreabundancia de información no ha reducido la ignorancia, sino que la ha
transformado. Noticias falsas, teorías conspirativas y discursos de odio
circulan como verdades absolutas. La ignorancia arrogante, amplificada por las
redes sociales, es uno de los principales peligros para la convivencia
democrática.
IV. LA IGNORANCIA Y LA HUMILDAD EN EL ÁMBITO EDUCATIVO
El terreno educativo es donde más claramente se observa
la tensión entre ignorancia y humildad.
Paulo Freire fue contundente: nadie es ignorante por
naturaleza, sino por condiciones sociales injustas. Por eso rechazaba llamar
“ignorantes” a los pobres. Lo que existe son estructuras de opresión que les
niegan el acceso al saber (Freire, 1970/2005).
Para Freire, la educación liberadora debe partir de la
humildad: el maestro debe reconocer que también aprende de sus alumnos, y que
el conocimiento no se transmite verticalmente, sino que se construye en
diálogo.
En contraste, la educación bancaria —como la llamó
Freire— impone conocimiento de manera autoritaria y trata al alumno como
recipiente vacío. Esta visión es arrogante porque ignora la experiencia y la
sabiduría popular.
El educador humilde reconoce que la enseñanza no es un monólogo, sino un proceso compartido. Así, la humildad no es debilidad del docente, sino fortaleza pedagógica.
V. LA CRÍTICA FILOSÓFICA CONTEMPORÁNEA A LA IGNORANCIA
En los siglos XIX y XX, varios pensadores plantearon
nuevas reflexiones sobre la ignorancia:
Schopenhauer vinculó ignorancia con necedad: el ser
humano, por su naturaleza, tiende a engañarse a sí mismo. La falta de crítica
lleva a vivir en la ilusión.
Karl Popper fue más optimista: toda ciencia es falible y
provisional. No hay verdades definitivas, solo hipótesis sometidas a refutación
(Popper, 1963/2002). La humildad, en este marco, no es resignación, sino
apertura a la crítica.
Byung-Chul Han, filósofo contemporáneo, advierte que el
exceso de información en la sociedad digital produce una nueva forma de
ignorancia: ya no es no saber, sino no poder pensar críticamente en medio de la
saturación (Han, 2012).
Estos aportes nos obligan a reconocer que la ignorancia
no desaparece con más datos. Lo que se necesita es humildad para discernir,
seleccionar y reflexionar.
VI. IGNORANCIA Y HUMILDAD EN LA VIDA PROFESIONAL Y SOCIAL
En la vida profesional, la ignorancia y la humildad
tienen consecuencias prácticas:
·
Un médico
que ignora la voz del paciente cae en arrogancia, y puede poner en riesgo
vidas.
·
Un político
que se cree poseedor de la verdad absoluta se convierte en tirano.
·
Un académico
que desprecia los saberes populares se aísla de la realidad.
En cambio, la humildad profesional abre posibilidades:
·
El médico
que escucha al paciente enriquece su diagnóstico.
·
El político
que dialoga con el pueblo construye políticas más justas.
·
El académico
que valora la experiencia popular integra teoría y práctica.
La humildad social es, pues, clave para construir
comunidades más humanas. Reconocer que no lo sabemos todo y que necesitamos de
otros fortalece la convivencia.
CONCLUSIÓN
La ignorancia y la humildad son inseparables. La primera
nos recuerda nuestros límites; la segunda nos enseña a manejarlos con
sabiduría.
Ignorar la ignorancia nos condena al fanatismo y al
error; aceptarla con humildad nos abre a la verdad y al progreso.
El camino hacia una sociedad más justa y crítica pasa por
cultivar estas dos actitudes: reconocer que todos somos ignorantes en algún
aspecto, y mantener la humildad para aprender siempre.
REFLEXIÓN FINAL
El sabio no es el que lo sabe todo, sino el que, con
humildad, se atreve a reconocer sus límites. Sócrates, Newton, Einstein, Freire
y tantos otros lo demostraron: lo que engrandece al ser humano no es la arrogancia de
proclamarse dueño de la verdad, sino la humildad de seguir aprendiendo.
En tiempos de crisis, polarización y desinformación,
necesitamos una pedagogía de la humildad y una cultura del reconocimiento de la
ignorancia. Solo así podremos convivir, avanzar y humanizarnos plenamente.
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SAN SALVADOR, 27 DE SEPTIEMBRE DE 2025
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