FUERZAS INTERNAS Y
EXTERNAS EN LA TRANSFORMACIÓN EDUCATIVA: LECCIONES DESDE LA UNIVERSIDAD DE EL
SALVADOR
POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.
1. INTRODUCCIÓN
En la historia de la humanidad, los procesos de
transformación nunca han sido sencillos. Todo intento de cambio se enfrenta a
resistencias, inercias y contradicciones que obligan a mirar más allá de lo
evidente. Cualquier institución que pretenda renovarse o avanzar hacia un
modelo superior debe reconocer la existencia de dos fuerzas fundamentales: las
externas y las internas. Las primeras se relacionan con las condiciones
materiales, la infraestructura, los recursos financieros, las políticas
estatales y el respaldo institucional. Las segundas, en cambio, se vinculan con
la motivación, la convicción y el compromiso ético de los actores que llevarán
a cabo dicho cambio.
En el campo educativo, esta tensión se vuelve todavía más
evidente. Se puede contar con aulas modernas, metodologías avanzadas,
financiamiento estable y hasta programas curriculares ambiciosos, pero si los
docentes —los agentes directos del proceso formativo— no están convencidos de
la necesidad de transformar sus prácticas, la reforma se vuelve una fachada
destinada al fracaso. Como señala Paulo Freire (1970), “la educación no cambia
el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo” (p. 58). Esta frase
revela que, más allá de los recursos externos, la fuerza que realmente dinamiza
la transformación educativa es la que proviene del interior de los educadores.
Este ensayo parte de una experiencia concreta en la
Universidad de El Salvador (UES), en la Facultad de Odontología durante la
década de los años ochenta, para reflexionar críticamente sobre la importancia
de las fuerzas internas e identificar las lecciones que esta experiencia
histórica nos deja en el presente. Se mostrará que ningún cambio puede
sostenerse si no hay conciencia, compromiso y ética en quienes deben
ejecutarlo.
2. LAS FUERZAS EXTERNAS: CONDICIONES MATERIALES Y
ESTRUCTURALES
Las fuerzas externas constituyen el marco de
posibilidades para cualquier transformación institucional. En el ámbito
educativo, estas se manifiestan en políticas públicas, planes ministeriales,
programas de capacitación, recursos tecnológicos, infraestructura adecuada y
presupuestos asignados para ejecutar proyectos de innovación. No cabe duda de
que estas condiciones son necesarias: no es posible hablar de calidad educativa
si los centros escolares carecen de aulas dignas, laboratorios, bibliotecas o
conectividad tecnológica.
En América Latina, gran parte de los discursos
reformistas en materia educativa han puesto el acento en estas dimensiones
externas. Desde la modernización de las metodologías de enseñanza hasta la
introducción de equipos tecnológicos en las aulas, pasando por la creación de
marcos normativos que promueven la evaluación estandarizada, el esfuerzo ha
estado orientado a “dotar” de recursos a las instituciones. Sin embargo, aquí
surge una paradoja: aunque los recursos son indispensables, por sí solos no
garantizan el cambio.
Autores como Daniel Innerarity (2020) advierten que los
sistemas educativos suelen caer en la ilusión de que basta con “tecnologizar” o
“administrar” mejor la educación para transformarla. Pero lo que en realidad
ocurre es que, sin sujetos comprometidos, esos recursos se desperdician o
terminan reproduciendo el mismo modelo pedagógico obsoleto. En otras palabras,
la fuerza externa solo abre la puerta; quien decide atravesarla es el docente.
Por ello, podemos afirmar que el error más frecuente de
las reformas educativas radica en creer que la inyección de recursos es
suficiente para modificar prácticas docentes profundamente enraizadas en la
rutina y la comodidad. Sin la fuerza interna que movilice al profesorado, el
cambio queda reducido a un acto cosmético.
3.
LAS FUERZAS INTERNAS: EL MOTOR DEL CAMBIO
Si las fuerzas externas construyen el escenario, las
internas constituyen el motor de la obra. Son aquellas que provienen de la
convicción personal, de la ética profesional y del compromiso consciente con la
misión educativa. En el caso de los docentes, hablamos de la capacidad de
autocrítica, de apertura a nuevas metodologías y de asumir que la enseñanza no es
un acto mecánico, sino una práctica transformadora que exige reflexión
permanente.
La verdadera educación, como advertía John Dewey (1938),
no consiste en transmitir conocimientos estáticos, sino en formar ciudadanos
capaces de pensar críticamente y adaptarse a los desafíos de su tiempo. Pero
este ideal solo es posible si los educadores están convencidos de que deben ser
los primeros en transformarse. El docente que se aferra a la rutina
memorística, al dictado de apuntes o a la evaluación mecánica, representa un
freno al cambio, aun cuando las autoridades ofrezcan todas las condiciones
externas para innovar.
En este sentido, las fuerzas internas se expresan en la
disposición al aprendizaje permanente, la capacidad de trabajar en equipo, la
actitud ética frente a los estudiantes y, sobre todo, la conciencia de que la
educación es un proceso político y social, no meramente técnico. Paulo Freire
(1997) insistía en que “la práctica educativa exige de los educadores una toma
de posición, una decisión, una ruptura” (p. 22). En otras palabras, no basta
con enseñar; hay que asumir una postura transformadora.
Cuando los docentes internalizan la necesidad del cambio,
se convierten en agentes multiplicadores: inspiran a sus colegas, motivan a sus
estudiantes y generan dinámicas colectivas que potencian cualquier esfuerzo
institucional. Pero cuando la fuerza interna está ausente, las reformas se
convierten en letra muerta y los programas fracasan, como lo demuestra la
experiencia de la Facultad de Odontología que analizaremos en los apartados
siguientes.
4. EXPERIENCIA EN LA FACULTAD DE ODONTOLOGÍA DE LA UES
(1987)
La Universidad de El Salvador ha sido históricamente un
espacio donde la lucha académica se entrelaza con la política y la sociedad. En
1987, la Facultad de Odontología emprendió un ambicioso proceso de
transformación curricular que pretendía superar el modelo tradicional de
enseñanza fragmentada por asignaturas para transitar hacia un currículo
integrado por unidades. Este cambio no fue un capricho, sino una necesidad. El
mundo demandaba profesionales más críticos, capaces de vincular teoría y
práctica, de comprender el fenómeno salud–enfermedad desde una perspectiva
integral y de responder a las necesidades reales de la población.
El nuevo currículo incorporó innovaciones trascendentes:
la integración de la teoría con la práctica desde el primer ciclo, el énfasis
en la investigación continua, y la inclusión de las ciencias sociales
—sociología de la salud, antropología, filosofía y ética— dentro de la
formación odontológica. El objetivo era claro: formar odontólogos con una
visión social, capaces de entender que la salud bucal no es un privilegio, sino
un derecho.
La metodología también rompía esquemas: los estudiantes
se dividían en grupos que alternaban entre el trabajo comunitario y la
reflexión teórica. Así, mientras un grupo realizaba diagnósticos y proyectos en
comunidades marginales, el otro se dedicaba a analizar y teorizar sobre la
experiencia para luego retroalimentarse en seminarios colectivos. Este diseño
buscaba articular la práctica social con el aprendizaje académico.
Sin embargo, la audacia del proyecto fue también su mayor
debilidad: no todos los docentes estaban preparados ni convencidos para
enfrentar esta ruptura con el modelo tradicional. El nuevo currículo exigía más
trabajo, más ética y mayor compromiso, y muchos lo interpretaron como una
amenaza a su comodidad y a su rol de “poseedores” del saber. La resistencia
interna empezó a convertirse en un obstáculo tan grande como la falta de apoyo
externo.
5. OBSTÁCULOS Y CONTRADICCIONES EN EL PROCESO DE CAMBIO
El principal obstáculo no fue la falta de recursos
materiales ni las limitaciones administrativas, sino la resistencia de los
propios docentes. Algunos profesores percibieron el currículo integrado como un
atentado contra la “pureza” de la odontología, argumentando que el contacto con
comunidades marginadas “desprestigiaba” la profesión. Esta visión reduccionista
revelaba un divorcio entre la realidad social y el ejercicio académico, donde
lo clínico se concebía como un fin en sí mismo y no como parte de un proceso de
salud integral.
Otro factor fue la ausencia de capacitación adecuada. El
cambio se decretó desde arriba, sin preparar a los educadores para transitar
hacia nuevas metodologías. Nadie explicó con suficiente claridad el sentido del
currículo integrado ni la importancia de introducir investigación y ciencias
sociales en la carrera.
En consecuencia, muchos docentes siguieron enseñando con
métodos tradicionales dentro de un marco supuestamente innovador, produciendo
una contradicción que deslegitimó el proceso.
Además, el contexto político de la época exacerbó las
tensiones. La década de los ochenta en El Salvador estaba marcada por la guerra
civil y por el enfrentamiento ideológico entre el FMLN y los gobiernos de
ARENA. Los seminarios de evaluación, que debían ser espacios académicos para discutir
aciertos y errores, se convirtieron en trincheras ideológicas donde se
enfrentaban posturas políticas irreconciliables. Lo académico quedó subordinado
a lo político, y el debate sobre la calidad educativa terminó diluido en luchas
externas.
Estas contradicciones revelan un punto clave: cuando la
fuerza interna del cambio no está convencida ni formada, cualquier
transformación corre el riesgo de ser interpretada como imposición, degenerando
en resistencia pasiva o abierta confrontación.
6. BALANCE CRÍTICO DE LA EXPERIENCIA
El proceso de 1987 dejó luces y sombras. Entre los
aciertos, es innegable que el currículo integrado representaba un avance frente
al modelo memorístico y pasivo. Permitió a los estudiantes entrar en contacto
con la realidad social del país, desarrollar habilidades investigativas desde
los primeros ciclos y comprender que la odontología no podía reducirse a la
técnica, sino que debía nutrirse de ética, sociología y filosofía. Ese intento,
aunque breve, abrió caminos de reflexión que todavía hoy mantienen vigencia.
No obstante, los errores también fueron profundos. La
falta de consenso interno, la carencia de formación docente y la politización
del debate académico terminaron debilitando el proyecto. Al llegar nuevas autoridades,
el currículo integrado fue abandonado y se regresó al viejo modelo por
asignaturas. Este retroceso confirmó la lección más dura: ningún cambio perdura
si quienes lo ejecutan no están convencidos de su necesidad.
El balance crítico, entonces, es claro. El fracaso no
estuvo en la propuesta curricular en sí misma, sino en la incapacidad
institucional para generar la fuerza interna necesaria. El error fue creer que
con decretos y diseños técnicos se podía transformar una realidad profundamente
arraigada en prácticas docentes tradicionales. La lección es categórica: las
reformas educativas no fracasan por falta de documentos o programas, sino por
falta de convicción y compromiso en quienes deben llevarlas a la práctica.
7. PERSPECTIVA CRÍTICA HACIA LA EDUCACIÓN SUPERIOR
SALVADOREÑA
La experiencia curricular de la Facultad de Odontología
en 1987 no es un caso aislado. Más bien refleja un problema estructural de la
educación superior en El Salvador: la incapacidad de construir modelos
pedagógicos coherentes con las exigencias de la época. A pesar de los discursos
reformistas, la universidad continúa arrastrando una pedagogía pasiva, centrada
en la memorización de teorías, la repetición mecánica de conceptos y la
evaluación basada en exámenes punitivos.
Esta situación genera un desencanto profundo entre los
estudiantes, quienes ingresan a la educación superior con expectativas elevadas
de encontrar un espacio de pensamiento crítico, investigación y creatividad,
pero se enfrentan con aulas donde todavía predominan la soberbia docente y el
autoritarismo académico. La universidad, que debería ser el faro de la razón y
el pensamiento, termina reducida en muchos casos a una prolongación de la
enseñanza media.
Además, la ausencia de una cultura investigativa sólida
constituye una de las mayores carencias. Los docentes universitarios rara vez
son incentivados para producir conocimiento nuevo; más bien, se limitan a
reciclar contenidos. La investigación, cuando existe, se convierte en un
requisito burocrático y no en una práctica orgánica vinculada a la realidad
social. Esta debilidad se traduce en un desfase entre la universidad y la sociedad:
mientras el país demanda soluciones innovadoras a sus problemas, la academia
sigue encerrada en la repetición de manuales.
8. EL PAPEL DE LOS DOCENTES EN LAS REFORMAS EDUCATIVAS
Los docentes son el corazón de cualquier reforma. Ningún
modelo pedagógico, por innovador que parezca en papel, puede materializarse sin
el compromiso consciente de los profesores.
En este sentido,
los educadores no deben ser vistos como meros transmisores de información, sino
como sujetos históricos capaces de generar procesos de transformación social.
Un profesor que se limita a dictar apuntes reproduce la
pasividad de generaciones enteras. Por el contrario, aquel que se asume como
investigador, guía y formador de conciencia crítica contribuye a forjar
ciudadanos capaces de comprender y transformar su entorno. La universidad debe
apostar por este segundo perfil, pero para ello es imprescindible superar las
estructuras que premian la mediocridad y la comodidad docente.
La autoformación permanente, la capacidad de aprender
junto a los estudiantes y la ética profesional deben convertirse en pilares de
la labor docente. Paulo Freire (1997) recordaba que “nadie educa a nadie, nadie
se educa a sí mismo, los hombres se educan entre sí mediatizados por el mundo”
(p. 79). Esto significa que el maestro no es dueño del saber, sino un compañero
de viaje en la búsqueda de conocimiento.
En este sentido, las reformas educativas fracasarán
mientras no se reconozca que el principal sujeto a transformar es el docente
mismo. Su disposición a cuestionar su rol, a salir de la zona de confort y a
reinventar sus métodos constituye la fuerza interna que da sentido a cualquier
cambio institucional.
9. REFORMAR LA EDUCACIÓN EN TIEMPOS DE CRISIS
La necesidad de transformar la educación se vuelve aún
más urgente en tiempos de crisis como los que enfrenta El Salvador y América
Latina en el siglo XXI. La globalización, las nuevas tecnologías, las
desigualdades crecientes y las amenazas medioambientales exigen una formación
distinta, capaz de preparar a los jóvenes para un mundo cambiante y complejo.
En este contexto, insistir en modelos educativos rígidos,
memorísticos y autoritarios resulta suicida. No se trata de negar la importancia
de la tradición académica, sino de comprender que el conocimiento hoy circula a
velocidades vertiginosas y que la función de la educación no es solo transmitir
datos, sino formar ciudadanos críticos capaces de discernir entre la
información útil y la basura ideológica o mediática.
Reformar la educación en tiempos de crisis implica
reconocer que la sociedad necesita docentes y estudiantes con una profunda
conciencia ética y social. Como señala Morin (1999), la educación debe
orientarse hacia la comprensión del mundo y hacia la capacidad de enfrentar la
incertidumbre. No basta con preparar técnicos eficientes; se necesitan
ciudadanos lúcidos capaces de tomar decisiones en escenarios complejos.
El desafío para la universidad salvadoreña es claro:
abandonar la pedagogía de la comodidad y construir un modelo integral,
humanista y crítico que combine ciencia, ética e investigación. Solo así será
posible cumplir la misión histórica de toda institución educativa: preparar a
las nuevas generaciones no para repetir el pasado, sino para transformar el
presente y proyectar un futuro más justo.
10. CONCLUSIONES
La experiencia vivida en la Facultad de Odontología de la
Universidad de El Salvador en 1987 demuestra una verdad categórica: ninguna
reforma educativa puede consolidarse sin la convicción interna de quienes la
llevan a cabo. Los cambios impuestos desde arriba, por más innovadores que sean
en el papel, se derrumban cuando los docentes no los asumen como propios.
El análisis de las fuerzas externas e internas nos
permite afirmar que ambas son necesarias, pero no poseen el mismo peso. Las
fuerzas externas —infraestructura, financiamiento, políticas públicas— son
condiciones necesarias, pero insuficientes. Por el contrario, las fuerzas
internas —ética, compromiso, autocrítica y disposición docente— constituyen el
verdadero motor del cambio. Allí radica la clave de todo proceso educativo: el
profesor debe transformarse para poder transformar.
Asimismo, el balance histórico revela que las
universidades salvadoreñas siguen atrapadas en un modelo pedagógico pasivo y
memorístico, muy distante de las necesidades de la sociedad contemporánea. La
falta de cultura investigativa, la resistencia a la innovación y la
subordinación de lo académico a lo político siguen siendo lastres que impiden
avanzar hacia una educación superior crítica, integral y humanista.
En este sentido, se concluye que cualquier intento de
reforma debe partir de la formación docente, entendida no como un requisito
burocrático, sino como un proceso continuo de concienciación y actualización.
Si los educadores no comprenden su papel como agentes
históricos de transformación, la universidad corre el riesgo de seguir siendo
un espacio que reproduce el pasado en lugar de proyectar el futuro.
11. RESUMEN CRÍTICO FINAL
La educación es un campo donde se juegan las esperanzas
de los pueblos. Las fuerzas externas pueden abrir posibilidades, pero son las
internas las que marcan la diferencia entre el éxito y el fracaso. La
experiencia de la Facultad de Odontología de la UES es un ejemplo claro: un
currículo innovador, con enfoque social y científico, fracasó porque los
docentes no estaban convencidos ni preparados para impulsarlo.
Este hecho deja una lección que trasciende el tiempo y el
espacio: los cambios educativos no se decretan, se construyen desde la
conciencia y el compromiso de los actores internos. La historia muestra que la
universidad salvadoreña ha desaprovechado oportunidades por falta de visión
crítica y por la persistencia de prácticas autoritarias, memorísticas y
acomodadas.
Hoy, más que nunca, el país necesita un modelo educativo
capaz de formar ciudadanos críticos, éticos y solidarios, que enfrenten los
retos de la globalización, la tecnología y la crisis ambiental. Ese modelo solo
será posible si los docentes asumen su rol histórico y deciden, con valentía,
salir de la zona de confort para convertirse en auténticos protagonistas de la
transformación social.
En definitiva, el cambio educativo no depende únicamente
de planes ministeriales, decretos o recursos, sino de la fuerza interna de
quienes educan. Si esta fuerza existe, cualquier obstáculo podrá superarse; si
falta, ninguna reforma sobrevivirá.
12. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.
1.
Bourdieu, P., & Passeron, J. C. (1977). La reproducción: Elementos para una teoría del sistema de
enseñanza. Editorial Laia.
2.
Dewey, J. (1938). Experience and education.
Macmillan.
3.
Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.
4.
Freire, P.
(1997). Pedagogía de la autonomía: Saberes necesarios para la práctica
educativa. Siglo XXI Editores.
5.
Innerarity,
D. (2020). La sociedad del desconocimiento. Paidós.
6.
Morin, E.
(1999). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. UNESCO.
7.
Popper, K.
(1963). Conjeturas y refutaciones: El desarrollo del conocimiento científico.
Paidós.
SAN SALVADOR, 22 DE SEPTIEMBRE DE 2025
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